30 de diciembre de 2009

Libro usado

Arthur Lowell era un desconocido para mí hasta que lo encontré en una tienda de libros usados. En una pila de cubiertas empolvadas y de bajo precio, vi un título que llamó mi atención: The man in the doorway. La contraportada dice que trata sobre un hombre que abandonado por la esposa y sus dos hijos, decidió tirar su trabajo por la ventana y alejarse de conocidos y parientes. El caso es que decidió, bien vestido, es decir, usando su ropa normal, pedir dinero en las calles, pero especialmente en las casas. Decía su historia real, un tanto arreglada por aquí y un tanto por allá, y pedía un poco de dinero para mantenerse. A veces vendía alguna cosa, pero generalmente solicitaba dinero. Vívía en un cuarto con baño y con lo mínimo para que lo recolectado le alcanzara. Esa es la trama. La historia me pareció conocida y muy cercana: decidí comprar el libro. Así fue como conocí a Arthur Lowell y, bueno, a Thomas Davis, el hombre de papel.

26 de diciembre de 2009

Días de ausencia

Son varios días de faltar a la calle, son varios apuntes empolvándose sobre la mesa. A veces las cosas se descomponen y hay que tratar de arreglarlas. Ya me reintegraré a mi vida callejera, a mi cafetín... tal vez más reflexivo, tal vez, sólo tal vez, un tanto temeroso.

16 de diciembre de 2009

No lo sabía

Durante varios días dejé sobre el escritorio el cuaderno de notas. Comencé a leer Travels in the Scriptorium de Paul Auster. Tal vez no tenga nada que ver realmente este libro con lo que aquí escribo, pero una parte me hizo pensar en lo que sería despertar un día cualquiera y encontrar que se está encerrado en una habitación. De ahí pasé a darme cuenta de algo que no sabía (esto me hizo trasladarme a otro libro The Illustrated Man de Ray Bradbury): mucho, por no decir todo, lo que nos acontece se nos queda grabado. Creemos que lo olvidamos y, en gran cantidad de ocasiones, consideramos que lo hemos enterrado o escondido en un baúl en lo más hondo de nuestro sótano interior... pero resulta que no. Todas esas experiencias nos marcan y remarcan y emergen a cada momento y las desechamos ensegida, pero luego regresan y así pasamos cada día. Se nos quedan como si fueran un intrincado tatuaje que va desde la mente hasta la piel y nos cubre todo el cuerpo. Ahí podemos leer y recordar nuestro pasado. Lo peor es que nos hacen temer el futuro. Este apunte no forma parte del cuaderno de notas.

15 de diciembre de 2009

Sin título

Estaba solo desde hacía mucho tiempo. Lo seguía estando, pero ahora se trataba prácticamente de una elección. Le gustaba ser timonero de su propio velero. Había dejado de luchar por un escritorio grande y una silla alta. Había abandonado al director dictador y tonto, dejándolo en su propia prisión de madera fina. Ya podía despertar, y aunque de recursos menguados, tomaba su café tranquilamente. El salir a la calle percibía como la ciudad le parecía más lenta, más amable.
Con movimientos lentos saco mi cuadernillo y escribo historias que se quedan, a veces, inconclusas; escribo la sensación agradable de que el día y yo compartimos un secreto, que no escribiré aquí. Anoto que el reloj se ha vuelto mi amigo y que la luz de la tarde entre los árboles es tan dorada que es para quedarse mirándola.
Escribo en mi cuaderno con movimientos lentos…

En fin, diciembre

Republicana traía y llevaba gente en sus aceras. El frío me paralizó el rostro al salir de la tienda. La fantasía de la navidad había llegado: luces de colores, los almacenes con su iluminación cálida y sus elegantes aparadores. Las personas con abrigos, guantes y bufandas lucen circunspectas. Es un frenesí, aunque algunos nos la tomamos con calma y con una pequeña bolsa conteniendo un regalo sencillo (para uno mismo) nos dedicábamos a mirar el paso de peatones desde la comodidad de una mesita afuera de Olive, bajo los toldos y las flamas de un calentador de gas. Traía mi amuleto, un libro, bueno, lo acababa de comprar: Reconstruction. Eran las ocho y el público atestaba todo. Cada uno tratando de pasar estos días… unos mejor que otros, claro. En fin, no estaba tan mal para un viejo solitario.

12 de diciembre de 2009

En la página blanca de un libro

Para no tener miedo déjame ser tus ojos en la oscuridad, para no irnos de bruces déjame la luz de tus cirios. Trazaremos un mapa de los días que vienen y remarcaremos con lápiz el paso de la noche, con lápiz para poder borrar y cambiar el rumbo. Estas calles que ves son las rutas para navegar en la ciudad de los sueños en la oscuridad sin nombres. Nos iremos perdiendo entre la gente, disimulados entre los pasos, aceras y puentes. Para no tener miedo, nos iremos juntos, tu codo con mi codo anudados, sin mirar atrás. Simplemente nos marcharemos, la noche puede ser muy larga y esconder la luna. Por hoy, me detengo aquí, en esta solitaria estación donde mi cama está dispuesta y mi lámpara encendida. Ya mañana seguiré este poema que se desalienta a ratos.

7 de diciembre de 2009

No se requiere ser poeta para formar parte de la poesía. El poeta sólo toma las partes que están ahí y las arregla para decirlas. Ayer, mientras escribía unas notas, comencé a observar a un hombre despachando gasolina. La tarde estaba bajando sobre los edificios que se volvían amarillos y las ventanas relampagueaban acero. El despachador parecía bailar en cámara lenta. Los zapatones y los pantalones anchos lo hacían verse como un payaso triste y solitario en el escenario. Y escribí que la llovizna puede dejarnos mudos de recuerdos, sentir cómo se aleja el mundo y cómo en un cristal resbala un pedazo de soledad. Detrás de cualquier ventana, alguien puede estar llorado, alguien cerrado la puerta para siempre... partiendo. Cuando la lluvia cesa, seguimos amodorrados de nostalgias, nos llena el reloj de nombres que creímos olvidados. Me levanté para marcharme, la tarde se había ido ya, con el sol detrás, adormecido. El hombre en la gasolinera continuaba, debajo de las luces blancas. Le di la espalda, dejándolo en el escenario.

16 de noviembre de 2009

Apunte para ser borrado

Vi cómo le hablaba aquella anciana al también anciano sentados en la banca del parque San Marcos. Se inclinaba hacia él con atención y las palabras salían fácilmenete de la boca antigua y se mecían en el aire como hojas de otoño. El anciano escuchaba con atención y asentía. Era un mediodía nublado y fresco, pero luminoso, como si fuera el pleno verano. Dejé mis notas a un lado y me dediqué a mirar a la milenaria pareja. Ella se levantó, parecía estarle diciendo un poema de cuando eran jóvenes. El hombre sonreía, ella sonreía. Luego ayudó al anciano a ponerse de pie. Él, apoyándose en el bastón, echó a caminar con la mujer tomada del brazo. Volví a mis notas, las releí para continuar. La noche es como ese viento repentino, uno no sabe de dónde viene ni a dónde va; se va y nos deja mudos, con la soledad agigantándose en nuestra habitación y en el alma. La soledad es una sombra que lo ocupa todo. De la calle no llega ningún sonido, es como si el mundo se hubiera marchado" El narrador explicó: "Estaba tan solo que ya no sabía si era él mismo o si ya era otro..." No continué. Agregué una nota en la parte superior: borrar este apunte... "

14 de noviembre de 2009

Desde la ventana del autobús

Las personas viven la vida como pueden, toman decisiones, a veces no correctas, pero ni modo: así es la vida. La gente se relaciona con aquellos en los que considera encontrará eco o con las personas que admira por la razón que sea. Cada uno tiene sus manías y sus secretos, algunos malos, otros no tanto. La gente hace cosas porque quiere o porque no quiere, se entristece por nada, la abruma la soledad o le gusta, se rodea de personas o huye de ellas... no hay modo de encontrar la fórmula para comprender la vida... Yo, soy como cualquiera de ellas, uno más tratando de descifrar las calles, los rostros, las palabras, pero no hay prisa, no hay prisa, de hecho, si no descifro nada no importa.

7 de noviembre de 2009

Bosquejo de un día común

"No hay nada especial en diciembre, sólo luces y gente atestando las aceras... un mundo al que no estoy invitado..." Así comienza mi artículo para El Faro y que había escrito un día antes. Lo hice sin levantarme. Lo envié con un ufano clic en el "enter" y me fui a dormir. Hoy, salí más temprano a mi trabajo; revisé varios textos sin tropiezos. Sentía que me deslizaba suavemente por los renglones. Comí con más lentitud y me fui a casa. Ahora son las seis de la tarde y estoy entre la multitud de compradores. Rebusco en los estantes tratando de encontrar unos guantes (consideré que los míos están ya ajados). Después iré a La Fuente, tomaré café y leeré Qué leer, aunque mi amigo Sandín opine que le parece "floja", a mí me entretiene. Es verdad que no es la gran revista sobre libros, premios, editores y escritores, pero... me entretiene. A Sandín le confío sus comentarios, pues son acertados y argumentados. En fin, terminaré el día sin prisa.

2 de noviembre de 2009

La Muerte y la calabaza

En uno de mis cuentos escribí de un hombre, solitario en el planeta Tierra, que esculpió dedicadamente una calabaza y salió a colocarla en la entrada de su casa. Luego entró y cerró la puerta para siempre. De ahí devino la muerte de este hombre. Así que unas anotaciones en una hoja suelta decían (a manera de segunda parte) que la Muerte lo había visitado y que le preguntó qué eran para él la Fiesta de la brujas y el Día de muertos. Él le respondió que nunca celebraba ninguna fecha, pero que en esta ocasión, quiso unir esos dos sueños fantásticos. Con la primera, dejar una luz eterna para los que vagan en la Dimensión y, con la otra, iluminarle el camino a esos navegantes que se nos hacercan de noche desde esa Dimensión. La Muerte no entendió y serenamente cerró los ojos del aquel viejo resignado. Un aliento suave empañó imperceptiblemente el aire cercano a sus labios. Tal vez dijo: adios.

Una nota entre notas

En el cuadernillo de notas (encontrado sin querer) hallé, hacia las páginas finales, un trozo de papel en cuya esquina aparece la dirección de Paul Auster (talvez planeaba ir a visitarlo en su departamento y tratar de hacerme su amigo, únicamente porque se dignó responderme, breve y cortesmente, un desmedido cometario a su novela Moon palace). El punto es que no recuerdo de dónde tomé esa dirección, ni tampoco cómo o por qué le envié el comentario. También había un pequeño texto, cuyo contenido no revelaré y que, aunque aparezcan mis iniciales al final, no recuerdo (estoy seguro) haberlo escrito yo...

23 de octubre de 2009

Un poco una elección

Estaba solo desde hacía mucho tiempo. Lo seguía estando, pero ahora se trataba prácticamente de una elección. Le gustaba ser timonero de su propio velero. Había dejado de luchar por un escritorio grande y una silla alta. Había abandonado al director, dictador y tonto, dejándolo en su propia prisión de madera fina. Ya podía despertar, y aunque de recursos menguados, tomaba su café tranquilamente. Al salir a la calle percibía cómo la ciudad le parecía más lenta, más amable.
Con movimientos lentos saco mi cuadernillo y escribo historias que se quedan, a veces, inconclusas; escribo la sensación agradable de que el día y yo compartimos un secreto, que no escribiré aquí. Anoto que el reloj se ha vuelto mi amigo y que la luz de la tarde entre los árboles es tan dorada...
Escribo en mi cuaderno con movimientos lentos...

17 de octubre de 2009

En un portal

“Algún día, Dios se acordará de mí” Dio una fumada muy larga, perdido unos largos instantes. Luego se volteó y me miró directamente. Parecía que estaba a punto de decirme algo… de pedirme algo, pero guardó silencio. Fue como si se le hubiera acumulado el infinito en la garganta y en los ojos. Su cara callejera y vieja era el rostro mismo de la tristeza. Cuando me alejé del portal que le servía de refugio la noche ya cubría las calles; llevaba en mi mano la sensación áspera de la suya y un no sé qué depositado en mí.

8 de octubre de 2009

Detrás de la barda

Detrás de la barda es un libro de cuentos cortos plagado de personajes de escuela secundaria, que cayó en mis manos directamente de su autor. Lo leí más rápido de lo que pensé y lo lamento, pues en cada historia encontré, ya no digo un lenguaje poético, sino un aspecto más importante: la evocación, el desempolvar sensaciones guardadas desde hace mucho tiempo en el sótano. Desde esta ciudad hermosa, que me ha acogido con sus calles de lloviznas y plazas de postal, se desbandaron algunas emociones adormecidas y volaron muy lejos. Releeré Detrás de la barda sentado en mi plaza favorita en el viento otoñal lleno hojarasca y de imágenes de ayer.

4 de octubre de 2009

Salvarnos de nosotros mismos

James Scott dice en su novela The man on the bridge (homónima de la de Juan Pedro Santeliz) que es necesario buscar cómo salvarnos de nosotros mismos. Eso me pareció muy triste, pero luego me di cuenta que aunque aquí las personas son taciturnas, no hacen ademanes ni gestos y hablan en voz baja, se toman a uno en serio cuando se inicia una conversación, aunque sea ocasional. Así que cuando me cruzo en la calle con esos aleteos de cuervo, presurosos bajo las llovizna, sé que sólo es parte del ritual citadino.

3 de octubre de 2009

El hombre en la plaza

Había estado lloviendo, era una lluvia demasiado fina y helada, apenas se sentía, pero parecía como un millón de pequeñas agujas cayendo sobre la piel. Tal vez influenciado por mis lecturas, me animé a salir. Como mis casi nuevas costumbres, llevaba el bastón, mi ipod Touch y los audífonos; puse en el bolsillo la copia de El hombre en el puente y me aventuré a las calles.
Apenas comenzaba octubre y ya el frío bajaba lento y callado. Eran las siete de la noche y la gente caminaba tranquila bajo los paraguas. Fui hasta la plaza de Las cuadrigas donde hay un kiosco de revistas y tabaco. Compré mi puro favoritos y lo encendí enseguida. Me refugié en el área de descanso. Dejé a un lado el inseparable paraguas y me dediqué a fumar.
Había otras personas y parejas alrededor. Un viejo que fumaba con parsimonia de escritor de novelas policíacas me preguntó la hora, luego lanzó al aire, envuelto en el humo, “Parece que tendremos un buen invierno”. Siempre teníamos un “buen invierno”, lo que significaba mucho frío, así que eso era un pretexto para conversar. “Sí” le respondí girando un poco hacia él. “Qué libro es ese?” señaló con un gesto directo a donde asomaba un extremo de mi lectura de bolsillo. “El hombre en el puente” dije con curiosidad de saber si conocía la novela. “Precisamente la estoy leyendo. Me gusta mucho. Recoge la soledad del ser humano y reflexiona sobre ella. Me viene muy bien; es como si me retratara a mí, exactamente”. No sé si fue él quien dijo eso o fui yo… el viejo era como mi repetición y, al mismo tiempo, los dos éramos la representación de El hombre en el puente pero en esa plaza.

26 de septiembre de 2009

Es una carta de amor

Irremediablemente el viaje que emprendí a la soledad, no se detendrá. Con certeza voy... a no sé dónde. He buscado dentro y fuera de mí... no hay un buen viento para este velero en girones... sin rumbo... sobre pavimento. Las esquinas son esas palabras de amor que me acunan, en las que me detengo embriagado de edificios. Esta es una carta de amor... para el viento de la noche callejera. Una carta en mi voz, a medias, en silencio, para mí, a solas...

22 de septiembre de 2009

Cambio de ánimo

A veces el día de luz color café trasgrede las horas; aparece en el ánimo el deseo de refugiarse, aun cuando los relojes, en completo acuerdo, susurran las dos de la tarde. El viento cambia repentinamente, los pensamientos se derriten pesados, los hombros se cansan. Afuera, los peatones se entrecuzan presurosos, ensimismados, con los vellos erizados. La competencia por la acera, la lucha por el asiento en el transporte, es inminente. Cada uno se introduce en un hueco en el aire para no ser visto ni ser interpelado, para que nadie moleste. La ciudad a veces es un yermo, grande y laberíntico... aun así, la transito.

9 de septiembre de 2009

Transmigración

Me sorprendió, no del todo, pero me sorprendió. Un actor de teatro experimental usó durante más de dos años una máscara con la que representaba a su personaje en aquel escenario al que unos cuantos asisitían, pero jamás estuvo vacío. Las funciones de la obra se sucedieron, como dije, por por más de dos años. El Señor M, al parecer sólo se quitaba la máscara al salir del teatro (nadie lo reconocía) y mientras viajaba en el autobús (alguien comentaba que en ciertas ocasiones, sentado en los últimos asientos, se colocaba la máscara y se volvía a la ventanilla para ir esparciendo su mueca). Cuando se desprendía de la careta sudorosa el Señor M lo hacía también de su personalidad. Al cambiarse el vestuario teatral comenzó a no encontrar el que usaba normalmente. Al mudarse de ropa principió a olvidar su nombre, quién era, quién había sido. Se le confundia su vida en el escenario y la de fuera de él. El final de la historia es que sus propios compañeros se confundiron y ya no sabían si realemente era el Señor M o el personaje...
Una noche, después de la función, como en un susurro una voz soltó al aire del escenario: "ni en su casa se quita la máscara ya..."

24 de agosto de 2009

Conmigo mismo

Me meteré en la cama ahora. Cerraré los ojos y me dormiré sonriendo. Me soñaré tal vez corriendo como un perro con las orejas al aire y los ojos entornados. Quizá me construiré soñando en el que quisiera ser, tal vez tendré otro nombre, caminaré en la noche solitaria por una calle de farolas tristes, la llovizna no me mojará en el sueño. Tal vez recuerde nombres o sueñe que he sido feliz con mi madre... pero sé que, sin importar que sueñe, estaré sonriendo.

Un alma a las tres de la mañana

A las tres de la mañana abrí los ojos, salí de la cama por un vaso de agua. Había tanto silencio en el departamento. Afuera había silencio también… la ciudad dormía. Me asomé por la ventana: la calle vacía, iluminada a intervalos por el esfuerzo de las farolas amarillas que asomaban por entre las ramas de los árboles. Los árboles meciéndose en un viento suave que los arrullaba en esa tranquila noche de finales de agosto. Permanecí un momento en la quietud. Cerré la ventana para ir a la cama, en ese momento escuché que alguien, en medio de la soledad, en la larga noche de verano, pasaba en bicicleta. El sonido del timbre me hizo pensar que alguien cuidaba desde allá afuera. ¿Quién sería? El sonido de ese timbre en el silencio de las tres de mañana no lo olvidaré nunca… me da una sensación de paz.

20 de agosto de 2009

Otro intento de conquistar el aire

Mientras redactaba los artículos para las revistas El Faro y Letras y Letras me pasó, me pasó muy cerca la idea de continuar mi novela, abandonada desde hace meses. Pero beber un vino, escuchar jazz, salir al café, leer revisas, preparar los artículos, traer revisiones de textos a casa, asuntos de plomería, la modorra de la los domingos, el ruido de los vecinos y de la calle… no me han permitido hacerlo. La verdad es que soy un Sergio Prim, siempre buscando un hueco aunque sea en el aire.

12 de agosto de 2009

Una palabra

Hacía tiempo que no lo veía, casi lo había olvidado, era el tipejo igual a mí, bueno, que se parece a mí. Ahí estaba, sentado en una de las mesas del Boston Central. ¡Cómo diablos vino a dar a este lugar! (bueno, si me seguía, o ha continuado haciéndolo sin que me de cuenta). Bebía y bebía de una taza que parecía una fuente de café inagotable, y escribía y escribía… y escribía, lucía como esos viejos oficiosos. Durante un largo rato no sacó la cabeza del agujero de papel, echó una mirada de pollo nervioso y se volvió a sumergir. Al parecer llevaba mucho tiempo trabajando pues ya había apilado gran cantidad de hojas. Me sorprendía verlo clavado en sus cosas, y era como estarme viendo a mí mismo desde la distancia. ¿Así me veo cuando estoy ensimismado escribiendo? ¡Qué feo! ¡Qué tanto escribirá? Bueno, tal vez un cuento. Así se me fue el tiempo, viendo al tipejo. Escribí sólo unos párrafos de mi artículo semanal sobre Los dominios del lobo donde comentaría algunas cosas de hacer ficción de la ficción… un poco a lo Woody Allen. No sabía si realmente se encontraba en sus asuntos o era su forma de vigilarme. Así que esperé y esperé a que fuera al baño (en algún momento tenía que ir). Y fue. Me dirigí de manera directa a su mesa y me asomé a la pila de papel para averiguar qué tanto lo ocupaba. Me quedé perdido, no supe dónde estaba. ¡Había llenado todas esas hojas de renglones azules! Había estado escribiendo una y otra vez, una y otra vez una sola palabra ¡Una sola palabra!

11 de agosto de 2009

Tarde en la tarde

Ayer fui a la plaza, compré un trozo de pastel frío y algo para beber. Sólo deseaba estar ahí, viendo pasar a los transeúntes, comiendo tranquilamente. Sin que nada me importara, sin escribir ni leer. El sol de la tarde se reclinaba de manera especial y matizaba el paisaje de un dorado fresco y brillante. No lejos de mi torre de observación, otro observador; se hallaba sentado tan displicente como yo. Parecía tener todo el tiempo para sí, igual que yo. Imaginé que él también pensaba lo mismo: el tiempo que tengo es mío y lo usaré como quiera, pero siempre lo dejaré ir despacio, muy despacio. Me sentí tan bien, pensé que ese viejo y yo estábamos conectados de alguna forma; que había un lazo amable, un algo implícito por estar sentados en la enorme plaza, perdidos entre desconocidos, siendo dos desconocidos. Mi brazo quiso moverse hacia el bolsillo, tuve la intención de escribir, de dibujar maravillosamente una historia, no sólo la entrada, el comienzo, sino la historia entera. Me fascinaría al trazar las letras, me esmeraría en la forma de las consonantes apoyándome en el olor a flores y pasto. Pero me dije: no. Sólo estaré aquí, como el viejo, lanzando alguna migaja a las palomas, así como él. Era bueno permanecer en la banca, observando, sintiendo, estando. El tranquilo paseante se levantó, no de repente, sino con movimientos anunciados hasta que finalmente se puso de pie, luego, se marchó, comenzó a marcharse, lentamente. Más tarde, mucho más tarde, descrucé las piernas y me puse de pie sin anunciar nada. La banca donde estuvo el anciano quedaba justo en mi camino, así que pasé a un lado de ella. No pude resistirlo y, con el pretexto de colocar en la basura la bolsa de papel que el comensal olvidó, la recogí, me asomé y vi restos de un pastel frío. Lo puse, sonriendo, en el primer depósito que encontré. Me lo dije: había una conexión.

9 de agosto de 2009

Ser quien no se es o ser quien se es

Caminé por Santa Fe, desde Republicana, para ir a Boston Central. Es un café de intelectuales donde se puede uno encontrar con escritores, pintores, galeristas, periodistas culturales, como en todos los cafés del sector Marquesa-Florencia. Había dejado de lloviznar y el clima era excelente. Los edificios de Correos y de la Corte de Justicia ya habían encendido las luces exteriores y lucían majestuosos. Como es usual, las personas estaban caminando por placer; las escalinatas de algunos edificios se llenaban de gente de todas las edades, hablando y fumando. Cuando llegué a Boston Central ya había varias mesas ocupadas. Ahí, los clientes llegaban temprano y se iban muy tarde. Me coloqué en la mejor mesa que encontré. Después de pasar varios minutos bebiendo café e intercambiando algunas palabras con el camarero, que conocía pues él había trabajado en La Fuente, me dediqué a leer mi revista y enterarme de premios, convocatorias y nuevos libros. No me di cuenta cuando entró, de hecho no reparé en ella inmediatamente. Estaba sola. Primero pensé que esperaba a alguien. Luego, sacando un poco mi lado oscuro, imaginé que andaba por ahí para ver si conseguía alguna conquista intelectual. La idea me pareció un tanto cuanto fuera de lugar. El café se comenzaba a llenar y ella pocas veces levantaba la vista, parecía no esperar a nadie y hallarse aquí sólo para leer su libro. La actitud me parecía un poco extraña, así que saqué mi cuadernillo y comencé a anotar ideas sueltas. Era una mujer de unos cuarenta o cuarenta y cinco años. Tenía el pelo rubio hasta los hombros, con un flequillo o tupé que le llegaba hasta los ojos. Tenía unos lentes de aros gruesos de estilo grande pasados de moda. Vestía falda y saco de color violeta claro y encima de la mesa había colocado el teléfono y su bolso. Eras guapa-extraña con rasgos faciales marcados, angulosos. La observé lo más discretamente posible. Al término de mis cavilaciones escribí: Ciertos rasgos de ella, más mi intuición, más mi experiencia en observar a las personas, me dicen que no una mujer.

27 de julio de 2009

Vigilante

Cuando vi al hombre escribiendo en su cuaderno, con esa figura, con esa manera de encorvarse, de vestir y de pasarse la mano por la barba, fue como estar ante un escenario del teatro del absurdo en el que se representaba una pieza en donde alguien semejante a mí me representaba. Cada vez que aparecía, lo seguía, pero lo perdía en alguna esquina o, simplemente, entre la gente. Era como en las novela de Paul Auster, en la que uno se parece a otro y éste a otro y así, hasta conformar una cadena de falsas identidades que llevan a un callejón que nos atrapa. Nada es lo que parece y somos nosotros los que vamos elaborando un paisaje inverosímil y una serie de seres que no tienen un fondo ni un sustento. He pensando que ese tipo bien puede ser alguien contratado y caracterizado para que se parezca a mí y que se me atraviese por aquí y por allá. Para que comience a pensar, como ya lo he estado haciendo, que me sigue, que me vigila, que anota lo que hago, los lugares a donde voy con quien llego a encontrarme. Cuando lo pienso objetivamente, desecho la idea, pero ante lo que veo, me genera ideas tal vez absurdas.

19 de julio de 2009

Escribiente

Estaba tomando café y tratando de escribir... cuando entró. Se sentó en un lugar apartado y pidió algo al mesero. Tenía una maleta y un periódico que comenzó a hojear, la maleta en le piso. El mesero regresó con, al parecer, un capuccino. Entre sorbo y sorbo y el pasar de hojas miraba hacia la puerta. El misterio se develó cuando apareció una mujer que recorrió el lugar estirando un poco el cuello. Localizó al de la maleta y fue directamente a la mesa. Se levantó y saludó con un beso en la mejilla. Comenzaron a hablar, a veces parecían discutir. Él explicaba algo, ella negaba, luego asentía; luego ella hablaba y él negaba o asentía. Afuera, los transeúntes se movieron un poco más de prisa, comenzó a llover. ¿Qué puede hacer? ¿Tratará de convencerla? ¿Se irá con él? Pero ella no trae equipaje. Finalmente, la mujer se levanta y se despide; la ve alejarse. Permanece de pie hasta que ella, bajo el paraguas, se pierde de vista. Se deja caer en la silla. Por un momento me concentro en ver caer la lluvia entre las luces. Él hace lo mismo, le parece que las gotas escurriendo son besos que se deshacen en el cristal sin alcanzarla, se ha ido. El alumbrado público se multiplica en el pavimento, las luces de neón iluminan de colores la noche. He bebido más café. Desde su rincón observa y piensa. Se entristece. Veo el movimiento de la calle. La gente va y viene ensimismada. Los imagino en la sala bebiendo vino, en las cocinas cenando, en los dormitorios leyendo o viendo televisión, solos. Escribo un poco más. El de la maleta, que parece un pasajero en el andén, bebe otro capuccino y come un bollo; lo hace lentamente. Es viernes, a esta hora, el lugar empieza poco a poco a llenarse. Louis, apodo por el que muchos lo conocemos, llega salpicado de lluvia, aun bajo el paraguas. Ha de haber caminado por Matías desde Republicana. Tocará y no nos iremos pronto. Cada tecla que presiona es un nombre, un rostro, una tarde que se han ido ya en el tren sin estaciones del tiempo. Caras tristonas lo escucharemos, conversaciones a media voz. Termino el café y pido un vaso de vino. Decido dejar al pasajero en suspenso, cierro el cuadernillo y me pongo a melancolizar a las primeras notas que Louis comienza ya a hilvanar con suavidad.

17 de julio de 2009

Notas a dos manos

Varios días después de haberlo visto, lo volví a encontrar, esta vez estaba sentado en una banca del parque frente a la librería. Escribía ensimismado, yo lo observaba y hacía mis propios apuntes. El fumaba, yo fumaba, escribía yo, escribía él. Dos viejos enjutos, con barba y cuaderno, escribiendo y fumando. Era como estar frente a un espejo. Yo no sabía si era real o no. En un momento no atinaba a decir si él era yo o yo él. La confusión se fue volviendo tan fuerte que decidí hablarle. Cuando me levanté, se levantó; distinguí que me miró directamente a los ojos a pesar de la distancia, luego echó a caminar, hice lo mismo, caminamos en paralelo: el por la banqueta del parque, yo por la de enfrente. Seguimos así hasta que, entre la gente, nos perdimos de vista.

16 de julio de 2009

Alguien toca la puerta

Afuera un viento iridiscente se deslizaba como fantasma a lo largo de la calle haciendo temblar la noche callada. Parecía ir y venir pues sus uñas, largas como el desconsuelo, levantaban un lamento en la piel de pavimento. En mi habitación, hundido en el colchón y cubierto hasta el cuello, lo escuchaba gemir. Un trueno estremeció mi alma de viejo solitario; se estremecieron los recuerdos y se aflojaron mis huesos. La débil luz, que dejo encendida todas las noches, parpadeó. No me abandones, le dije en silencio, parpadeó dos veces más y se avivó. Recordé a mi madre, a mi padre, lo que casi nunca hago; comenzó así una larga galería de rostros. Había caras que no sabía que eran parte de mi inventario, no sabía que existían en la lista de asuntos a ser olvidados. El arañar del viento dejó de tener importancia, quedó opacado por la fiebre de personajes que me atosigaban. Tanta gente. Uno no se da cuenta que las cosas se van acumulando en los rincones oscuros y, en algún momento, cuando menos se espera, vienen a tocarnos la puerta.

15 de julio de 2009

Ladronas, muertes, libros

Dejé la novela a un lado, pues en ese momento no me apetecía continuar. Esas primeras hojas donde la muerte carga en sus brazos un alma pequeña, o como se la arrebata a un piloto, hicieron que en mis calabozos se avivaran las llamas del infierno; que se levantaran los espíritus oscuros que dormitan en los rincones. Sentí cómo empezaba a vibrar el pecho por la agitación del mundo de las sombras.
Salí de la cama y me asomé por la ventana. La calle, desierta a las tres de la mañana, no me dijo nada, sólo brilló bajo la brisa de invierno. El rumor de un fantasma conocido me tocó los hombros, no me importó, la soledad deja de importarme a veces... entonces, se marcha agitando el aire a su alrededor. El frío se pegaba al cristal de la ventana que abrí para asomarme al mundo deshabitado en ese momento, la cerré y me fui a la cama de nuevo. Apagué la luz para no dormir.

12 de julio de 2009

Perfil deshilvanado

Soy uno que se parece a otro y un otro se parece a mí. Soy como esas siluetas que se perfilan sobre las paredes en las noches recortadas por la luz de las farolas.

8 de julio de 2009

Reflejo que no soy yo

Como es usual, las calles atestadas. Me bajé del tren de pasos de la acera y me metí a la tabaquería y compré puros. Aunque en la mayoría de los lugares está pohibido, los fumo en el parque. No hace mucho frío hoy y pienso pasar un buen día. Al cruzar la calle un tipo nos adelantó a todos. Quedé asombrado pues era muy parecido a mí. No era sólo la cara de judío viejo: la nariz grande, la barba canosa, los ojos oscuros, sino la estatura, los hombros y la manera de andar.
Decidí seguirlo... ¡fue el colmo! del bosillo de su abrigo sobresalía el extremo de un cuadernillo... ¡Igual que yo! Caminamos tres cuadras, entramos a La Fuente. Ahí ocupamos nuestra mesa, pedimos café, pedimos pan, encendimos cigarrillos (aquí todavía lo permiten) y comenzamos a revisar nuestras notas.

7 de julio de 2009

Llama de cristal

El edificio con más cristal se enciende por las tardes, cuando hay sol, claro. Es una hermosa llamarada naranja que parece ondular por el viento vespertino. Desde la plaza de San Gabriel puede contemplarse el espectáculo. Ya se ha formado un grupo de viejos que se reune a observar. Al iniciarse la flama, guardan silencio, igual que yo; si no hay sol, hablan un rato y luego se marchan. Yo permanezco para ver las sombras que se entrecuzan, ya de noche me voy perdiendo entre farolas, bancas y árboles, mientras los cuervos ya se han dormido.

6 de julio de 2009

Nada ante el espejo

Me he dado cuenta que hace mucho tiempo que no me miro en el espejo. Me veo sí, pero no para observarme, para reconocerme. Es ver una figura, encontrar una mancha, alguien que se parece a mí, lo que queda de mí… o bien, pudiera ser otro. Estoy acostumbrándome a ver un rostro de quien me digo que soy. Veo mi máscara, no proyecto nada, no me identifico, ese reflejo me es ajeno.

26 de junio de 2009

Calles matinales

Esta mañana ha sido de ajetreo. ¡He caminado tantas calles y subido escaleras! Pero todo ha salido bien. Aunque he tenido que esperar aquí o allá, todos los trámites quedaron completos. Ventanillas, filas, miradas de desesperación, de cansancio, autobuses, multitudes, un apresurado trago de agua... la ciudad.

25 de junio de 2009

Reverso

El saco luce bien, todavía, pero el reverso dice otra cosa. El forro tiene algunas bocazas abiertas, lánguidas, como de monstruo marino fuera del agua. Ya cuelga como, como... qué mal, se parece a mis mejillas. No obstante, salgo a la calle y me cubre bien, me siento cómodo en él, es como si hubiera salido con una parte de mi casa. Creo que en mis hombres luce con algo de vida, pero en el perchero es como que si al cerrar la última función, el ventrílocuo abandonara al muñeco, viejo y empolvado, decaido y triste. Pero bueno, dejemos estas cavilaciones para otro momento. Tal vez más tarde las anote en mi cuadernillo.

21 de junio de 2009

Nota al margen

Una tarde vi a un desamparado queriendo cruzar la calle, el semáforo estaba en verde y él debía esperar. Sin embargo, en un raro intervalo sin vehículos, se lanzó. Puse los ojos en la acera un segundo, cuando escuché el golpe seco del cuerpo en un auto y el resbalar de las llantas sobre el pavimento mojado. Ya no fue necesario mirar, había sucedido, era un accidente. Seguí andando rumbo al Café.

18 de junio de 2009

Nota de un hombre solo

Llevo un tatuaje urbano, intrincado y profundo. Las luces y los anuncios, las plazas y los edificios se han bordado sobre mi piel y mi alma. Sé de memoria callejas perdidas, espacios ocultos y recovecos. Puedo andar a ciegas y por los olores reconocer en dónde estoy; las voces y sonidos me indican edificios y cruces peatonales. Aquí es siempre invierno, frío y llovizna. Muchos enferman de soledad, de depresión, pero esos son asuntos privados, para manejarse en casa. Al salir, el abrigo lo oculta todo. Siempre salimos a las calles, a los parques, a los cafés o a los bares, necesitamos vernos unos a otros, reconocernos, no importa que seamos no más que sombras perdidas entre sombras. No importa que casi nunca nos hablemos, basta cruzarnos unos con otros, esquivarnos como cuervos en desbandada. A veces distinguimos algún rostro conocido, a veces nos entrampamos hablando y dejando pasar el tiempo. La ciudad nos modela, nos hace creerle, nos construye día a día; somos suyos sin remedio ni reparo. Tenemos un cuerpo urbanita, un cerebro citadino.

13 de junio de 2009

Días de ausencia

Han pasado varios días sin que viniera a estas páginas. La razón es que anduve mucho en las calles, bajo la llovizna y entre las luces de neón y de las farolas de la plaza que tanto me gustan. También me comprometí con alguien que conozco a traducirle unos breves escritos. Me llevó tiempo, me entretuve con eso; hubo otras cosillas más que me mantuvieron lejos de las sombras y las siluetas fantasmales, de los murmullos nocturnos y todo eso, de las soledades y las ventizcas frías.
En fin, ya volveré con los fragmentos de quien se desbarata cualquier día.

2 de junio de 2009

Nota tras una hoja de almanaque

Qué triste vivir escondido, siempre hacia adentro, entre paredes, ante una puerta cerrada. Pasar los días con los ojos como cerrados, en la soledad inmensa, percibiendo que la vida transita, nosotros, en el andén. El cuerpo se entumece, se va volviendo rígido. El alma se comienza a secar, se agrieta, se desmorona.
Qué triste amanecer en el desconsuelo, y mirar al horizonte y no encontrar nada.

1 de junio de 2009

A solas la noche

En la penumbra de la habitación, sentado en la cama, con los ojos puestos en su interior, recordaba que alguna vez escribió en uno de sus textos: “La vida puede ser muchas cosas o bien puede ser nada”. Como un cuervo conteniendo toda una noche, aleteante en agonía, vino una parte de un poema de Miguel Hernández en el que volvió a creer: “Tanto penar para morirse uno”.

28 de mayo de 2009

Miércoles 27 de mayo

Hoy, entre la prisa por terminar de esquivar el aguacero, tropezando con cientos de peatones, alcancé un lugar en el andén. Entre el ruido y el viento escuché el grito de una mujer: un hombre había caido frente al tren. Di la espalda, sentí conmiseración y me alejé unos metros del lugar. Alguien comentó que no cayó accidentalmente, se había lanzado. Me replegué en la pared.

18 de mayo de 2009

Este día sigue siendo como los demás: por ahora todavía la página en blanco. No sé si se quedó dormido o no tiene nada que decir. Bueno, esperaremos que nos de un buen cuento, relajado y evocador. La noche le traerá la esperanza de algo desconocido y entonces, estoy seguro, pondrá algo en esa hoja. Aunque no le faltarán el desconsuelo, ni alguna partida furtiva, ni esos largos silencios de ausencia... o la lluvia en el cristal rumiando las horas.

28 de abril de 2009

Encontrado en un papel

Hace unos días, mientras repasaba un libro, encontré una hoja delgada, con apariencia de haber estado entre las páginas desde hace mucho timpo. Era un poema que decía:

Mientras la marea del espacio
se extiende
el polvo solar con sus motas
invisibles
como flores sin color
nos cubrirá.
Nada será posible
hacer
sin conocer nada
del origen.
Nuestro cuerpo perderá
la batalla
lo invadirá el dolor de sus partes.
En la marea
nos dejaremos ir
moriremos.
La mayoría pasará a la sombra
del espacio.
Dejaremos la Tierra
en masa,
pero solos.

En estos días lo he recordado.

24 de abril de 2009

El día en el espejo

Hoy amaneció lloviendo. El cielo aparece oscuro, como de noche. A través del cristal empañado pude ver la misma escena de hace tiempo, como un volver el tiempo, como un repetir un sueño: de pie en el umbral, bajo la lluvia y medio cubriéndose con el paraguas, con la maleta en mano, un desconocido a punto de partir.

22 de abril de 2009

Nota mínima

Hoy amaneció lloviznando; no parece gran cosa, pero... bueno, la ciudad luce diferente; se ve más ciudad, más grande. Con la lluvia los edificios se destacan, nos asaltan con un brillo inusitado. Caminaré a la parada del autobús y mientras espero observaré a la gente. Sé que miraré pasar, como casi todos los días, a la mujer de paso rápido, cara seria, dura, con gesto de que algo muy malo le sucede. Pasará y en unos segundos la olvidaré; subiré al camión y dejaré la parada para darle posibilidad a la aventura.

16 de abril de 2009

Nota especial en cuadernillo

El hombre de la gabardina oscura ha vuelto a pasar por esta calle, varias veces. Ya he anotado que ha pasado y que siempre va mirando al suelo, para disimular, claro. Sé que esta nota me servirá más adelante.

15 de abril de 2009

Página sorprendida

Por primera vez escribo, en el cuadernilo azul, que a veces llamo diario, unas líneas en las que aletea un sol amarillo y un día claro. Por primera vez escribo que las aceras lucen, desde lo que alcanzo a ver desde mi ventana, saturadas sí, pero transitables y con la posiblidad de detenerse ante una tienda y con un disculpe quedarse allí de pie, sintiendo las mangas y hombros de los demás... creo que un poco más tarde bajaré a escribir mis notas en una de las mesas de La Fuente.

9 de abril de 2009

Por la plaza, todavía húmeda por la llovizna de la tarde, cruzan los transeúntes; unos presurosos, otros lentamente. Yo camino sin prisa, respiro el aire de la incipiente noche y me lleno de las luces de las farolas. No hace frío, pero el aire fresco reanima. Es una buena noche. Todo luce en paz.

Pasan los días

Pasan los días y extrañamente la tristeza ha amainado. Pasan los días y extrañamente el teatro del pasado ha mantenido su telón cerrado. Pasan los días y lo gris de las horas parece desvanecerse. Pasan los días y por la ventana entra una brisa suave que todo lo refresca. Ayer vi un perro callejero que cruzaba cabizbajo y sentí deseos de ayudarlo, no hice más, pero por lo menos dejé de pensar en mí unos instantes.

3 de abril de 2009

Tras la pista

Desde la mesa del café comencé a observar al tipo del maletín negro. Era un hombre aparentemente común y corriente, sin embargo, su mirada como distraída, como distante, y su forma de moverse, lo delatan. Sé, por su manera de tomar la taza y de sorber el café, que espera a alguien con quien tendrá tratos. Por eso lo vigilo. Este caso no me lo encargó nadie; no fui contratado, lo estoy atendiendo por mi propia cuenta, sólo por una corazonada. En el momento en el que lo vi bajar del camión, advertí que era un agente secreto. Tengo un año ya siguiéndolo, no he descubierto nada serio aún, pero ya cometerá un error y entonces...

El hombre del maletín negro, se levantó con suavidad sonriendo abiertamente, saludó a su esposa, con quien había quedado de verse; pidieron un café para ella y luego se enfrascaron en su cotidiana conversación: cómo estuvo el día en el trabajo, los niños entrarían a periodo de exámenes, la llave de la cocina comenzó a gotear otra vez...

Ya cometerá algún error y entonces...

28 de marzo de 2009

Del hombre fragmentado

Es un dolor callejero el que me zurce los labios, me unce al silencio y al olvido. La vida pasa dejando trozos de mí tras de mí. La soledad me convida de su vino y bebo hasta borrar la sed de los espejos. Donde yo me encuentro se mancha de carbón la Nada, se nubla de desconsuelo el espacio de sombras. ¿Cómo desvanecer el tatuaje de mis días? La ironía ha vuelto sus cartas nauseabundas. La tristeza no se va de viaje y mi maleta sigue tras la puerta

24 de marzo de 2009

Desde la acera de enfrente

Este fin de semana ha derrumbado un poco más de las últimas edificaciones de mi soporte interior. El negro domingo me impuso la desesperanza y la soledad; se alargó tanto que desfasó el polvoriento reloj. Incapaz de aventurarme a las calles porque mis bolsillos no conocen ni una moneda, me asomé por la ventana, mi única distracción, y la descubrí ahí, en la acera de enfrente. Volteaba hacia todos lados, pero su mirada era de un vacío infinito. Al pasar, algunos transeúntes la veían de arriba a abajo. A ella no parecía importarle. Yo la observaba; me recordó a alguien que conocí hace mucho tiempo. No sé si era también un poco como la imagen de mi madre... tenía ese gesto ambiguo entre la tristeza y el desgano, como una sonrisa vieja y una mueca de fastidio. El pelo le ondeaba con la brisa, la falda se mecía. Su rostro se petrificó de repente y su cuerpo se irguió, luego se dejó caer al paso del autobús.

20 de marzo de 2009

Un saludo afectuoso y agradecido a todas y todos los que me vistan.
De verdad, agradecido.

18 de marzo de 2009

El desamparado se puso de pie, era un fragmento de hombre tratando de conseguir alimento. La tarde mutaba, se estaba convirtiendo en una banda negra. Las calles se defendieron abriendo sus ojos amarillos y las fachadas iluminaron con colores rojos, verdes, azules, naranjas, violetas…
No hubo quién soltara una moneda en la mano sucia de aquella figura que se volvía transparente en la noche. De pronto, el hambriento se fijó que una persona titubeaba. Lo vio incapaz de decidir qué dirección tomar. Estaba bien vestido, pero perdido. Se le acercó y le pidió una moneda y, sorprendido, recibió un billete. Agradeció y una palabra llevó a otra y a otra y a otra. Aquél no era más que un tipo sin nadie, casi sin nombre, con un pasado que trataba de dejar muy atrás. Era como un pasajero sin destino, con una maleta vacía de pie en un andén donde no saldrá ningún tren.
El fragmento, feliz de la conversación y listo a enfrentar una cena milagrosa, se iba a alejar, dio unos pasos, se detuvo y le dijo a su compañero de conversación que cenaran juntos, la respuesta fue que éste comenzó a caminar. Iban a cenar juntos. El destino había salido a jugar.

17 de marzo de 2009

Otra vez, allí estaba nuestro hombre vigilando al pordiosero que, según él, no era tal, sino un agente secreto. Tenía que observar a ese pordiosero pero, a la vez, no debía quitar los ojos de la ventan del segundo piso del edificio de enfrente y el cual era su objetivo desde hacía varios días. Así que el Señor X no podía distraerse ni quedarse dormido, para no perder pisada de lo que estaba ocurriendo. Desde su punto de vista, el pordiosero y el hombre de la ventana del segundo piso estaban confabulados para efectuar ciertas actividades. El primero, pasaba el día caminando unos metros para allá y unos metros para acá, vestido con ropas harapientas, pero con una piel limpia, de alguien bien alimentado. El segundo, casi no abandonaba el cuarto y de vez en cuando asomaba por la ventana y, al parecer, hacía un ademán muy discreto, pero que el Señor X y al desarrapado no pasaban por alto. No sabemos si esto es verdad, lo único que podíamos ver y registrar en nuestros cuadernillos. Claro, presentaríamos un reporte, de visualización nada más, no podíamos acercarnos.
El Señor X no cejaba en su intento de no perder detalle de lo que sucedía, bueno, de lo que posiblemente podía suceder. De esa manera, nosotros estábamos cansados y somnolientos; teníamos hambre y sed. No nos era posible ir a comprar algo de comer y de beber, ya que no teníamos el suficiente dinero y la compañía no cubría estos gastos. Seguíamos en nuestro puesto, el Señor X en el suyo, el pordiosero en lo que le corresponde y el hombre de la ventana del segundo piso en su puesto también. Sabíamos que tanto el pordiosero como el hombre del edificio de enfrente, nos vigilaban a su vez.

8 de marzo de 2009

Otra vez la ciudad se oscurece, la llovizna nos impone silencio. Tanto vacilar en las esquinas para que al final, al doblarlas, encontremos la Nada. No hay un rostro conocido, no hay una voz que reconocer, sólo una cascada imprecisa de fantasmas trasparentes.
El alma se va volviendo carbón, una carga que nos tizna la cara. Y en las tinieblas del reloj, únicamente se escucha el gotear de la soledad.
Otra vez la ciudad se oscurece, la llovizna se ha ido, pero ha dejado el suelo mojado donde las luces indolentes se multiplican como las ausencias que nos circundan.
Por ahora, a seguir el itinerario sin paradas, sin recesos, sin descansos.

25 de febrero de 2009

Se levantó de la cama en donde había hecho el amor y dormido. Desnudo se dirigió a la ventana; la ciudad comenzaba a despertar. Recorrió con mirada ausente el panorama: algunos autos, alguien presuroso por una acera, alguien somnoliento por la otra; cuadros amarillos se empezaban a recortar en los edificios negros de noche y sueño.
La habitación estaba en penumbras, en el lecho, durmiendo aún, el joven amante; su cuerpo estaba relajado, cubierto apenas por la sábana.
Desde la ventana, con profunda tristeza, lo observó largamente por última vez, luego, saltó.

3 de febrero de 2009

Soledad

Se ha dormido el día
bajo el toldo de nubes
y las calles se vuelven
un rosario de pasos presurosos.

Un hombre en la esquina
espera a alguien
mira el reloj y en la pared
se apoya desolado.

La noche se acerca
lento aliento luminoso
de neón ilumina
las sombras que se acercan silenciosas.

La llovizna humedece
al que espera
recargado en la vieja esquina
mira su reloj con impaciencia.

Luego echa a andar derrotado
con un nombre desteñido
doblado en el bolsillo
junto a una fotografía que sonríe.

29 de enero de 2009

La ciudad dormida

Salgo a caminar por la ciudad dormida
islas amarillas flanquean las aceras
las cruzo y me visten con su luz
solitario fantasma transparente

Mis pasos sobre el frío que se asienta
rítmicos levantan pensamientos
la calle se alarga solitaria
tanto se parece a la nostalgia.

Entre sorbo y sorbo de recuerdos
llego y me detengo en la esquina
me devuelve un murmullo de peatones
como resonar de antiguas risas.

De pie me quedaré contemplando
las siluetas de transeúntes embozados
que tras la vieja esquina encontré
como cuervos, como sombras, como nada.

Me desvanezco en el aire congelante
ni siquiera permanece en mi entorno
el aliento antiguo que exhalo
la vibración de mi presencia se deshace.

Soy una sombra, una intención, una nada.

22 de enero de 2009

Muchos días terrestres quedan todavía por transcurrir. La Tierra está lejos y el universo es muy amplio. Aunque veo por la ventanilla el espectro solar descomponiéndose en miles de matices al reflejarse en el polvo estelar, a veces me aburro.

9 de enero de 2009

Paréntesis

Qué decir cuando alguien se va de esta dimensión, qué agregar al silencio que permanece. No es posible añadir nada a las imagenes que se nos imprimieron para simpre. Verdaderamente deseo que estés en un buen lugar, así lo creo, porque te lo ganaste; sólo te faltaba volar... tal vez sí lo hacías.