3 de octubre de 2009

El hombre en la plaza

Había estado lloviendo, era una lluvia demasiado fina y helada, apenas se sentía, pero parecía como un millón de pequeñas agujas cayendo sobre la piel. Tal vez influenciado por mis lecturas, me animé a salir. Como mis casi nuevas costumbres, llevaba el bastón, mi ipod Touch y los audífonos; puse en el bolsillo la copia de El hombre en el puente y me aventuré a las calles.
Apenas comenzaba octubre y ya el frío bajaba lento y callado. Eran las siete de la noche y la gente caminaba tranquila bajo los paraguas. Fui hasta la plaza de Las cuadrigas donde hay un kiosco de revistas y tabaco. Compré mi puro favoritos y lo encendí enseguida. Me refugié en el área de descanso. Dejé a un lado el inseparable paraguas y me dediqué a fumar.
Había otras personas y parejas alrededor. Un viejo que fumaba con parsimonia de escritor de novelas policíacas me preguntó la hora, luego lanzó al aire, envuelto en el humo, “Parece que tendremos un buen invierno”. Siempre teníamos un “buen invierno”, lo que significaba mucho frío, así que eso era un pretexto para conversar. “Sí” le respondí girando un poco hacia él. “Qué libro es ese?” señaló con un gesto directo a donde asomaba un extremo de mi lectura de bolsillo. “El hombre en el puente” dije con curiosidad de saber si conocía la novela. “Precisamente la estoy leyendo. Me gusta mucho. Recoge la soledad del ser humano y reflexiona sobre ella. Me viene muy bien; es como si me retratara a mí, exactamente”. No sé si fue él quien dijo eso o fui yo… el viejo era como mi repetición y, al mismo tiempo, los dos éramos la representación de El hombre en el puente pero en esa plaza.

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