“Algún día, Dios se acordará de mí” Dio una fumada muy larga, perdido unos largos instantes. Luego se volteó y me miró directamente. Parecía que estaba a punto de decirme algo… de pedirme algo, pero guardó silencio. Fue como si se le hubiera acumulado el infinito en la garganta y en los ojos. Su cara callejera y vieja era el rostro mismo de la tristeza. Cuando me alejé del portal que le servía de refugio la noche ya cubría las calles; llevaba en mi mano la sensación áspera de la suya y un no sé qué depositado en mí.
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