El saco luce bien, todavía, pero el reverso dice otra cosa. El forro tiene algunas bocazas abiertas, lánguidas, como de monstruo marino fuera del agua. Ya cuelga como, como... qué mal, se parece a mis mejillas. No obstante, salgo a la calle y me cubre bien, me siento cómodo en él, es como si hubiera salido con una parte de mi casa. Creo que en mis hombres luce con algo de vida, pero en el perchero es como que si al cerrar la última función, el ventrílocuo abandonara al muñeco, viejo y empolvado, decaido y triste. Pero bueno, dejemos estas cavilaciones para otro momento. Tal vez más tarde las anote en mi cuadernillo.
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