16 de julio de 2009

Alguien toca la puerta

Afuera un viento iridiscente se deslizaba como fantasma a lo largo de la calle haciendo temblar la noche callada. Parecía ir y venir pues sus uñas, largas como el desconsuelo, levantaban un lamento en la piel de pavimento. En mi habitación, hundido en el colchón y cubierto hasta el cuello, lo escuchaba gemir. Un trueno estremeció mi alma de viejo solitario; se estremecieron los recuerdos y se aflojaron mis huesos. La débil luz, que dejo encendida todas las noches, parpadeó. No me abandones, le dije en silencio, parpadeó dos veces más y se avivó. Recordé a mi madre, a mi padre, lo que casi nunca hago; comenzó así una larga galería de rostros. Había caras que no sabía que eran parte de mi inventario, no sabía que existían en la lista de asuntos a ser olvidados. El arañar del viento dejó de tener importancia, quedó opacado por la fiebre de personajes que me atosigaban. Tanta gente. Uno no se da cuenta que las cosas se van acumulando en los rincones oscuros y, en algún momento, cuando menos se espera, vienen a tocarnos la puerta.

No hay comentarios.: