15 de julio de 2009

Ladronas, muertes, libros

Dejé la novela a un lado, pues en ese momento no me apetecía continuar. Esas primeras hojas donde la muerte carga en sus brazos un alma pequeña, o como se la arrebata a un piloto, hicieron que en mis calabozos se avivaran las llamas del infierno; que se levantaran los espíritus oscuros que dormitan en los rincones. Sentí cómo empezaba a vibrar el pecho por la agitación del mundo de las sombras.
Salí de la cama y me asomé por la ventana. La calle, desierta a las tres de la mañana, no me dijo nada, sólo brilló bajo la brisa de invierno. El rumor de un fantasma conocido me tocó los hombros, no me importó, la soledad deja de importarme a veces... entonces, se marcha agitando el aire a su alrededor. El frío se pegaba al cristal de la ventana que abrí para asomarme al mundo deshabitado en ese momento, la cerré y me fui a la cama de nuevo. Apagué la luz para no dormir.

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