27 de julio de 2009

Vigilante

Cuando vi al hombre escribiendo en su cuaderno, con esa figura, con esa manera de encorvarse, de vestir y de pasarse la mano por la barba, fue como estar ante un escenario del teatro del absurdo en el que se representaba una pieza en donde alguien semejante a mí me representaba. Cada vez que aparecía, lo seguía, pero lo perdía en alguna esquina o, simplemente, entre la gente. Era como en las novela de Paul Auster, en la que uno se parece a otro y éste a otro y así, hasta conformar una cadena de falsas identidades que llevan a un callejón que nos atrapa. Nada es lo que parece y somos nosotros los que vamos elaborando un paisaje inverosímil y una serie de seres que no tienen un fondo ni un sustento. He pensando que ese tipo bien puede ser alguien contratado y caracterizado para que se parezca a mí y que se me atraviese por aquí y por allá. Para que comience a pensar, como ya lo he estado haciendo, que me sigue, que me vigila, que anota lo que hago, los lugares a donde voy con quien llego a encontrarme. Cuando lo pienso objetivamente, desecho la idea, pero ante lo que veo, me genera ideas tal vez absurdas.

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