26 de septiembre de 2009

Es una carta de amor

Irremediablemente el viaje que emprendí a la soledad, no se detendrá. Con certeza voy... a no sé dónde. He buscado dentro y fuera de mí... no hay un buen viento para este velero en girones... sin rumbo... sobre pavimento. Las esquinas son esas palabras de amor que me acunan, en las que me detengo embriagado de edificios. Esta es una carta de amor... para el viento de la noche callejera. Una carta en mi voz, a medias, en silencio, para mí, a solas...

22 de septiembre de 2009

Cambio de ánimo

A veces el día de luz color café trasgrede las horas; aparece en el ánimo el deseo de refugiarse, aun cuando los relojes, en completo acuerdo, susurran las dos de la tarde. El viento cambia repentinamente, los pensamientos se derriten pesados, los hombros se cansan. Afuera, los peatones se entrecuzan presurosos, ensimismados, con los vellos erizados. La competencia por la acera, la lucha por el asiento en el transporte, es inminente. Cada uno se introduce en un hueco en el aire para no ser visto ni ser interpelado, para que nadie moleste. La ciudad a veces es un yermo, grande y laberíntico... aun así, la transito.

9 de septiembre de 2009

Transmigración

Me sorprendió, no del todo, pero me sorprendió. Un actor de teatro experimental usó durante más de dos años una máscara con la que representaba a su personaje en aquel escenario al que unos cuantos asisitían, pero jamás estuvo vacío. Las funciones de la obra se sucedieron, como dije, por por más de dos años. El Señor M, al parecer sólo se quitaba la máscara al salir del teatro (nadie lo reconocía) y mientras viajaba en el autobús (alguien comentaba que en ciertas ocasiones, sentado en los últimos asientos, se colocaba la máscara y se volvía a la ventanilla para ir esparciendo su mueca). Cuando se desprendía de la careta sudorosa el Señor M lo hacía también de su personalidad. Al cambiarse el vestuario teatral comenzó a no encontrar el que usaba normalmente. Al mudarse de ropa principió a olvidar su nombre, quién era, quién había sido. Se le confundia su vida en el escenario y la de fuera de él. El final de la historia es que sus propios compañeros se confundiron y ya no sabían si realemente era el Señor M o el personaje...
Una noche, después de la función, como en un susurro una voz soltó al aire del escenario: "ni en su casa se quita la máscara ya..."