James Scott dice en su novela
The man on the bridge (homónima de la de Juan Pedro Santeliz) que es necesario buscar cómo salvarnos de nosotros mismos. Eso me pareció muy triste, pero luego me di cuenta que aunque aquí las personas son taciturnas, no hacen ademanes ni gestos y hablan en voz baja, se toman a uno en serio cuando se inicia una conversación, aunque sea ocasional. Así que cuando me cruzo en la calle con esos aleteos de cuervo, presurosos bajo las llovizna, sé que sólo es parte del ritual citadino.
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