26 de junio de 2009

Calles matinales

Esta mañana ha sido de ajetreo. ¡He caminado tantas calles y subido escaleras! Pero todo ha salido bien. Aunque he tenido que esperar aquí o allá, todos los trámites quedaron completos. Ventanillas, filas, miradas de desesperación, de cansancio, autobuses, multitudes, un apresurado trago de agua... la ciudad.

25 de junio de 2009

Reverso

El saco luce bien, todavía, pero el reverso dice otra cosa. El forro tiene algunas bocazas abiertas, lánguidas, como de monstruo marino fuera del agua. Ya cuelga como, como... qué mal, se parece a mis mejillas. No obstante, salgo a la calle y me cubre bien, me siento cómodo en él, es como si hubiera salido con una parte de mi casa. Creo que en mis hombres luce con algo de vida, pero en el perchero es como que si al cerrar la última función, el ventrílocuo abandonara al muñeco, viejo y empolvado, decaido y triste. Pero bueno, dejemos estas cavilaciones para otro momento. Tal vez más tarde las anote en mi cuadernillo.

21 de junio de 2009

Nota al margen

Una tarde vi a un desamparado queriendo cruzar la calle, el semáforo estaba en verde y él debía esperar. Sin embargo, en un raro intervalo sin vehículos, se lanzó. Puse los ojos en la acera un segundo, cuando escuché el golpe seco del cuerpo en un auto y el resbalar de las llantas sobre el pavimento mojado. Ya no fue necesario mirar, había sucedido, era un accidente. Seguí andando rumbo al Café.

18 de junio de 2009

Nota de un hombre solo

Llevo un tatuaje urbano, intrincado y profundo. Las luces y los anuncios, las plazas y los edificios se han bordado sobre mi piel y mi alma. Sé de memoria callejas perdidas, espacios ocultos y recovecos. Puedo andar a ciegas y por los olores reconocer en dónde estoy; las voces y sonidos me indican edificios y cruces peatonales. Aquí es siempre invierno, frío y llovizna. Muchos enferman de soledad, de depresión, pero esos son asuntos privados, para manejarse en casa. Al salir, el abrigo lo oculta todo. Siempre salimos a las calles, a los parques, a los cafés o a los bares, necesitamos vernos unos a otros, reconocernos, no importa que seamos no más que sombras perdidas entre sombras. No importa que casi nunca nos hablemos, basta cruzarnos unos con otros, esquivarnos como cuervos en desbandada. A veces distinguimos algún rostro conocido, a veces nos entrampamos hablando y dejando pasar el tiempo. La ciudad nos modela, nos hace creerle, nos construye día a día; somos suyos sin remedio ni reparo. Tenemos un cuerpo urbanita, un cerebro citadino.

13 de junio de 2009

Días de ausencia

Han pasado varios días sin que viniera a estas páginas. La razón es que anduve mucho en las calles, bajo la llovizna y entre las luces de neón y de las farolas de la plaza que tanto me gustan. También me comprometí con alguien que conozco a traducirle unos breves escritos. Me llevó tiempo, me entretuve con eso; hubo otras cosillas más que me mantuvieron lejos de las sombras y las siluetas fantasmales, de los murmullos nocturnos y todo eso, de las soledades y las ventizcas frías.
En fin, ya volveré con los fragmentos de quien se desbarata cualquier día.

2 de junio de 2009

Nota tras una hoja de almanaque

Qué triste vivir escondido, siempre hacia adentro, entre paredes, ante una puerta cerrada. Pasar los días con los ojos como cerrados, en la soledad inmensa, percibiendo que la vida transita, nosotros, en el andén. El cuerpo se entumece, se va volviendo rígido. El alma se comienza a secar, se agrieta, se desmorona.
Qué triste amanecer en el desconsuelo, y mirar al horizonte y no encontrar nada.

1 de junio de 2009

A solas la noche

En la penumbra de la habitación, sentado en la cama, con los ojos puestos en su interior, recordaba que alguna vez escribió en uno de sus textos: “La vida puede ser muchas cosas o bien puede ser nada”. Como un cuervo conteniendo toda una noche, aleteante en agonía, vino una parte de un poema de Miguel Hernández en el que volvió a creer: “Tanto penar para morirse uno”.