8 de marzo de 2009

Otra vez la ciudad se oscurece, la llovizna nos impone silencio. Tanto vacilar en las esquinas para que al final, al doblarlas, encontremos la Nada. No hay un rostro conocido, no hay una voz que reconocer, sólo una cascada imprecisa de fantasmas trasparentes.
El alma se va volviendo carbón, una carga que nos tizna la cara. Y en las tinieblas del reloj, únicamente se escucha el gotear de la soledad.
Otra vez la ciudad se oscurece, la llovizna se ha ido, pero ha dejado el suelo mojado donde las luces indolentes se multiplican como las ausencias que nos circundan.
Por ahora, a seguir el itinerario sin paradas, sin recesos, sin descansos.

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