7 de diciembre de 2009

No se requiere ser poeta para formar parte de la poesía. El poeta sólo toma las partes que están ahí y las arregla para decirlas. Ayer, mientras escribía unas notas, comencé a observar a un hombre despachando gasolina. La tarde estaba bajando sobre los edificios que se volvían amarillos y las ventanas relampagueaban acero. El despachador parecía bailar en cámara lenta. Los zapatones y los pantalones anchos lo hacían verse como un payaso triste y solitario en el escenario. Y escribí que la llovizna puede dejarnos mudos de recuerdos, sentir cómo se aleja el mundo y cómo en un cristal resbala un pedazo de soledad. Detrás de cualquier ventana, alguien puede estar llorado, alguien cerrado la puerta para siempre... partiendo. Cuando la lluvia cesa, seguimos amodorrados de nostalgias, nos llena el reloj de nombres que creímos olvidados. Me levanté para marcharme, la tarde se había ido ya, con el sol detrás, adormecido. El hombre en la gasolinera continuaba, debajo de las luces blancas. Le di la espalda, dejándolo en el escenario.

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