12 de agosto de 2009

Una palabra

Hacía tiempo que no lo veía, casi lo había olvidado, era el tipejo igual a mí, bueno, que se parece a mí. Ahí estaba, sentado en una de las mesas del Boston Central. ¡Cómo diablos vino a dar a este lugar! (bueno, si me seguía, o ha continuado haciéndolo sin que me de cuenta). Bebía y bebía de una taza que parecía una fuente de café inagotable, y escribía y escribía… y escribía, lucía como esos viejos oficiosos. Durante un largo rato no sacó la cabeza del agujero de papel, echó una mirada de pollo nervioso y se volvió a sumergir. Al parecer llevaba mucho tiempo trabajando pues ya había apilado gran cantidad de hojas. Me sorprendía verlo clavado en sus cosas, y era como estarme viendo a mí mismo desde la distancia. ¿Así me veo cuando estoy ensimismado escribiendo? ¡Qué feo! ¡Qué tanto escribirá? Bueno, tal vez un cuento. Así se me fue el tiempo, viendo al tipejo. Escribí sólo unos párrafos de mi artículo semanal sobre Los dominios del lobo donde comentaría algunas cosas de hacer ficción de la ficción… un poco a lo Woody Allen. No sabía si realmente se encontraba en sus asuntos o era su forma de vigilarme. Así que esperé y esperé a que fuera al baño (en algún momento tenía que ir). Y fue. Me dirigí de manera directa a su mesa y me asomé a la pila de papel para averiguar qué tanto lo ocupaba. Me quedé perdido, no supe dónde estaba. ¡Había llenado todas esas hojas de renglones azules! Había estado escribiendo una y otra vez, una y otra vez una sola palabra ¡Una sola palabra!

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