28 de julio de 2010

Juegos de la memoria

Mientras leía la novela de Haruki Murakami, cuyo título me atrae mucho: Tokio Blues, encontré algo acerca de la memoria, de los recuerdos. En una parte, el personaje, Toru, habla sobre un prado y un paisaje que creía olvidados, debido a cierto incidente, lo comenzó a recordar. Anota que después de tantos años podía rememorar cada detalle. Mis cavilaciones comenzaron a decirme que tal vez Toru sólo recordaba algunas cosas y que las demás eran elaboraciones de su memoria. Yo creía, firmemente, que mi infancia había transcurrido de cierta forma. Según yo, mis días cotidianos y urbanos de los veranos los pasaba bajo un árbol de los que había en mi calle. Siempre me ví bebeiendo un algún refresco y leyendo comics. Ya viejo, y reflexionando sobre varios aspectos, me saltó a la conciencia que en mi calle no había árboles, ni uno solo. No había dónde tumbarse a leer comics y, además, lo abrumador del verano no lo permitía. Así que, en mucho, aquellas memorias guardadas con emoción y a las que, con frecuencia, recurría nostálgico, no eran tales, no existían. Esos recuerdos fueron un construcción de mi mente que permanecieron durante, prácticamente, toda mi vida. No he querido investigar qué otros recuerdos son falsos, sólo elaboración mental. No quiero saberlo. Tal vez mi pasado es una construcción, un artíficio, y el presente solitario es lo real. Pero a veces me pregunto: ¿Será mi presente real o es la imaginación lo que a dispuesto todo lo que me rodea? ¿será que estoy más viejo y en otro lugar recordando esta vida actual, que muy posiblemente yo inventé?...

16 de julio de 2010

La soledad del mago

El mago se ha puesto triste, ayer llovió y hoy también. No ha ido a la calle a contarle historias a los transeúntes con sus manos y ágiles dedos que ondean como golondrinas en el cielo de verano. En su sillón lee historias de escapistas, de ilusionistas. Cree escuchar una música suave, luego advierte que es la lluvia en los techos, en los cristales, en las paredes, en la calle... es la lluvia. Luego le parece que alguien llama a la puerta, pero nota que es el viento que araña, transparente, las maderas. Oye que han dicho su nombre, pero se da cuenta que es el rumor de un trueno lejano. Intenta un truco, pero no tiene la pañoleta, ni la moneda, ni la pelota de goma, ni la flor, ni el ánimo. Se quedará sentado con los ojos en la página del libro, tal vez sin leer, tal vez dejándose estar hasta que la oscuridad doméstica lo comience a abrazar.

15 de julio de 2010

El mago

Había una vez un mago; tenía una capa negra, un sombrero de copa y una vara para señalar los encantamientos. Poseía un libro de trucos y un pasado lleno de recuerdos que su magia no podía borrar. Guardaba sus artilugios en un viejo baúl, el cual cerraba celosamente con llave, que luego escondía en un bolsillo secreto. Se llamaba Señor X. Todas las noches sacaba la capa, el sombrero y la vara, los limpiaba, los acariciaba y los volvía a encerrar. No los usaba desde hacía mucho tiempo. Para sus actos de magia no los necesitaba. Le gustaba hacer tales actos de magia en las calles. Podía hacer recordar a una anciano el nombre de su primera novia; a un niño verse de grande; a las mujeres, sentir de nuevo el gusto de un beso. Pero su magia no suertía efecto en sí mismo...
Disculpen, llaman a la puerta. Tal vez es magia... tal vez es mi imaginación.

14 de julio de 2010

Deshora

Cosas de la vida. Mientras leo y escribo una anotación aquí y otra más allá en los textos que corrijo, me detuve un momento y miré sin prisa por la ventana: la calle, gente yendo y viniendo, ni un lugar para estacionar. De todas formas quisiera dejar este escritorio y caminar entre esa multitud cotidiana, detenerme con el semáforo en luz roja a la sombra de los edificios. Mirar a lo lejos la plaza y distinguir la vidriera de Ike´s donde me espera un capuchino. A deshora sueño un poco. Me sumerjo de nuevo en el texto y resignado anoto un signo de eliminar, sigo y anoto un signo de separar... y así y así...

13 de julio de 2010

Tristeza

Cuando abrieron la maleta olvidada en el andén, encontraron que sólo contenía una carta de despedida escrita a mano.

3 de julio de 2010

Después del reloj

Hay días en los que después del reloj no hay nada. Son de esos días oscurecidos por la ausencia de sol, encortinados por una llovizna pertinaz. Las manecillas parecen saludar con movimiento de pesadilla desde una carátula amarillenta. Dan una vuelta completa, dan otra y otra más. Pero después de eso, lo mismo. Y la ensoñación de un toquido en la puerta o el timbre del teléfono se desvanece en el aire abandonado a su suerte en la habitación. La flor marchita, sin atención de nadie, en el florero empolvado se inclina en una mueca de muerte.
Qué no lleguen los fantasmas del olvido, qué no lleguen.