17 de marzo de 2009

Otra vez, allí estaba nuestro hombre vigilando al pordiosero que, según él, no era tal, sino un agente secreto. Tenía que observar a ese pordiosero pero, a la vez, no debía quitar los ojos de la ventan del segundo piso del edificio de enfrente y el cual era su objetivo desde hacía varios días. Así que el Señor X no podía distraerse ni quedarse dormido, para no perder pisada de lo que estaba ocurriendo. Desde su punto de vista, el pordiosero y el hombre de la ventana del segundo piso estaban confabulados para efectuar ciertas actividades. El primero, pasaba el día caminando unos metros para allá y unos metros para acá, vestido con ropas harapientas, pero con una piel limpia, de alguien bien alimentado. El segundo, casi no abandonaba el cuarto y de vez en cuando asomaba por la ventana y, al parecer, hacía un ademán muy discreto, pero que el Señor X y al desarrapado no pasaban por alto. No sabemos si esto es verdad, lo único que podíamos ver y registrar en nuestros cuadernillos. Claro, presentaríamos un reporte, de visualización nada más, no podíamos acercarnos.
El Señor X no cejaba en su intento de no perder detalle de lo que sucedía, bueno, de lo que posiblemente podía suceder. De esa manera, nosotros estábamos cansados y somnolientos; teníamos hambre y sed. No nos era posible ir a comprar algo de comer y de beber, ya que no teníamos el suficiente dinero y la compañía no cubría estos gastos. Seguíamos en nuestro puesto, el Señor X en el suyo, el pordiosero en lo que le corresponde y el hombre de la ventana del segundo piso en su puesto también. Sabíamos que tanto el pordiosero como el hombre del edificio de enfrente, nos vigilaban a su vez.

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