18 de marzo de 2009

El desamparado se puso de pie, era un fragmento de hombre tratando de conseguir alimento. La tarde mutaba, se estaba convirtiendo en una banda negra. Las calles se defendieron abriendo sus ojos amarillos y las fachadas iluminaron con colores rojos, verdes, azules, naranjas, violetas…
No hubo quién soltara una moneda en la mano sucia de aquella figura que se volvía transparente en la noche. De pronto, el hambriento se fijó que una persona titubeaba. Lo vio incapaz de decidir qué dirección tomar. Estaba bien vestido, pero perdido. Se le acercó y le pidió una moneda y, sorprendido, recibió un billete. Agradeció y una palabra llevó a otra y a otra y a otra. Aquél no era más que un tipo sin nadie, casi sin nombre, con un pasado que trataba de dejar muy atrás. Era como un pasajero sin destino, con una maleta vacía de pie en un andén donde no saldrá ningún tren.
El fragmento, feliz de la conversación y listo a enfrentar una cena milagrosa, se iba a alejar, dio unos pasos, se detuvo y le dijo a su compañero de conversación que cenaran juntos, la respuesta fue que éste comenzó a caminar. Iban a cenar juntos. El destino había salido a jugar.

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