11 de noviembre de 2014

La última noche

El saxofonista aspiró las últimas notas desde el fondo de su cajón de recuerdos. Las sopló esparciendo en el ambiente de humo y charlas al final de una pieza que dibujó un antiguo rostro en el aire. Esa melodía tenía la magia de traerle, en un remolino, el nombre que lo ponía triste. El instrumento parecía entender qué le soplaba el viejo músico con esa vibración suave, como un aire de otoño. Terminó de tocar y, entre los aplausos, se fue directo a la barra. Ahí, esa noche, se bebió de un trago toda la nostalgia, para siempre.

29 de octubre de 2014

El Señor Azul

El otoño cambiaba el vestuario de la ciudad. La noche olía a recuerdos imprecisos. El Señor Azul (así le gustaba nombrarse) se reacomodó en su asiento en la cafetería de siempre. Releyó sus notas en lo que él llamaba el cuadernillo azul. Después encendió la tablet para seguir leyendo La noche del oráculo de Paul Auster.

Inconclusión

La mujer, en su mesa de trabajo, colocó una hoja blanca en la máquina de escribir... no, la mujer, frente a la computadora, miró la pantalla en blanco que había abierto en Word. Tecleó el inicio de una minificción y se quedó mirando el renglón de palabras, talvez seleccionando la expresión más adecuada para seguir. Dio un sorbo a su café, luego otro, luego otro, luego otro. En la pantalla solo se leía: "La mujer, frente a su mesa de trabajo, colocó una hoja blanca en la máquina de escribir"

25 de octubre de 2014

Nota del cuadernillo azul



Llevo un tatuaje urbano, intrincado y profundo. Las luces y los anuncios, las plazas y los edificios se han bordado en mi piel y en mi alma. Sé de memoria callejas perdidas, espacios ocultos y algunos laberintos. Puedo andar a ciegas y reconocer por los olores en dónde estoy. Aquí es siempre invierno y llovizna, enfermos de soledad, asuntos privados. Al salir, el abrigo lo oculta todo; salir a las calles, a los parques, a los cafés. Salir para vernos, reconocernos, no importa que seamos no más que manchas de sombras perdidas entre sombras. Nos basta cruzarnos unos con otros y esquivarnos como bandada de cuervos. A veces nos entrampamos hablando y dejando pasar el tiempo. Personajes de la ciudad, de papel, sin remedio ni reparo.