19 de julio de 2009

Escribiente

Estaba tomando café y tratando de escribir... cuando entró. Se sentó en un lugar apartado y pidió algo al mesero. Tenía una maleta y un periódico que comenzó a hojear, la maleta en le piso. El mesero regresó con, al parecer, un capuccino. Entre sorbo y sorbo y el pasar de hojas miraba hacia la puerta. El misterio se develó cuando apareció una mujer que recorrió el lugar estirando un poco el cuello. Localizó al de la maleta y fue directamente a la mesa. Se levantó y saludó con un beso en la mejilla. Comenzaron a hablar, a veces parecían discutir. Él explicaba algo, ella negaba, luego asentía; luego ella hablaba y él negaba o asentía. Afuera, los transeúntes se movieron un poco más de prisa, comenzó a llover. ¿Qué puede hacer? ¿Tratará de convencerla? ¿Se irá con él? Pero ella no trae equipaje. Finalmente, la mujer se levanta y se despide; la ve alejarse. Permanece de pie hasta que ella, bajo el paraguas, se pierde de vista. Se deja caer en la silla. Por un momento me concentro en ver caer la lluvia entre las luces. Él hace lo mismo, le parece que las gotas escurriendo son besos que se deshacen en el cristal sin alcanzarla, se ha ido. El alumbrado público se multiplica en el pavimento, las luces de neón iluminan de colores la noche. He bebido más café. Desde su rincón observa y piensa. Se entristece. Veo el movimiento de la calle. La gente va y viene ensimismada. Los imagino en la sala bebiendo vino, en las cocinas cenando, en los dormitorios leyendo o viendo televisión, solos. Escribo un poco más. El de la maleta, que parece un pasajero en el andén, bebe otro capuccino y come un bollo; lo hace lentamente. Es viernes, a esta hora, el lugar empieza poco a poco a llenarse. Louis, apodo por el que muchos lo conocemos, llega salpicado de lluvia, aun bajo el paraguas. Ha de haber caminado por Matías desde Republicana. Tocará y no nos iremos pronto. Cada tecla que presiona es un nombre, un rostro, una tarde que se han ido ya en el tren sin estaciones del tiempo. Caras tristonas lo escucharemos, conversaciones a media voz. Termino el café y pido un vaso de vino. Decido dejar al pasajero en suspenso, cierro el cuadernillo y me pongo a melancolizar a las primeras notas que Louis comienza ya a hilvanar con suavidad.

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