24 de agosto de 2009

Un alma a las tres de la mañana

A las tres de la mañana abrí los ojos, salí de la cama por un vaso de agua. Había tanto silencio en el departamento. Afuera había silencio también… la ciudad dormía. Me asomé por la ventana: la calle vacía, iluminada a intervalos por el esfuerzo de las farolas amarillas que asomaban por entre las ramas de los árboles. Los árboles meciéndose en un viento suave que los arrullaba en esa tranquila noche de finales de agosto. Permanecí un momento en la quietud. Cerré la ventana para ir a la cama, en ese momento escuché que alguien, en medio de la soledad, en la larga noche de verano, pasaba en bicicleta. El sonido del timbre me hizo pensar que alguien cuidaba desde allá afuera. ¿Quién sería? El sonido de ese timbre en el silencio de las tres de mañana no lo olvidaré nunca… me da una sensación de paz.

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