30 de noviembre de 2008

Verano

El desierto era un mar dorado y ondulante. Hasta donde su visión llegaba, exactamente en la línea del horizonte, se levantaba el cielo esmeralda, tan intenso que les recordó la obsidiana de los Antiguos. Anonadados miraban por la escotilla. Uno musitó que le gustaría salir, el resto captó las palabras y los pensamientos. La portezuela se corrió y los cuatro descendieron de la nave y respiraron la atmósfera saturada de oxigeno. “Es maravilloso” emitió uno. “Sí” secundó otro.
La tarde declinaba en la Tierra. Ellos, de pie, sintiendo la lene textura de la arena que comenzaba a enfriarse apenas bajo sus pequeños pies.

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