6 de noviembre de 2008

El otro que no soy yo




Cuando el hombre, vestido con una gabardina color caqui, sombrero Old fashion y fumando, llegó a los andenes, el tren subterráneo que acababa de arribar estaba resoplando todavía. Se buscó un lugar desde donde observar a cada uno de los que ya bajaban. Miró la foto, medio arrugada, y la estudió largo rato. Debía grabarse ese rostro. Por ejemplo, las cejas tenían una curvatura poco usual, eso le serviría para memorizarlas. Ahora, los ojos... tienen un color almendrado, bueno, fácil de retener. Los labios, se debía fijar en los labios. Soltó una bocanada y entre el humo los estudió. Nada especial, ¡ah! excepto por las comisuras, combadas hacia arriba, un poco más de lo usual. Escrutó con mirada de agente secreto los rostros de quienes comenzaban a descender de los vagones. Nada. El viejo no aparecía. Fumaba con una lentitud estudiada aguardando tranquilo y seguro de sí mismo. Sonreía al recordar que guardaba la paga en el bolsillo delantero del pantalón, muy buena, y balanceaba la pierna para sentir el peso de los billetes sujetos con una liga. Su rostro se animó al descubrir finalmente al anciano, alto y con una gabardina oscura. Las cejas, los ojos, la comisura de los labios, todo encaja. Es él, comprobó el rostro sin gesto del viejo con el de la fotografía y lanzó la colilla al suelo. Se disponía a seguirlo, pero se detuvo al notar a un pasajero, prácticamente igual al que seguiría. Las cejas, los ojos, los labios… ¿Quién era su hombre? Titubeaba cuando de pronto vio a alguien parecido a él mismo, con vestimenta semejante, mirando alternativamente una fotografía y a los pasajeros.

No hay comentarios.: