27 de julio de 2009

Vigilante

Cuando vi al hombre escribiendo en su cuaderno, con esa figura, con esa manera de encorvarse, de vestir y de pasarse la mano por la barba, fue como estar ante un escenario del teatro del absurdo en el que se representaba una pieza en donde alguien semejante a mí me representaba. Cada vez que aparecía, lo seguía, pero lo perdía en alguna esquina o, simplemente, entre la gente. Era como en las novela de Paul Auster, en la que uno se parece a otro y éste a otro y así, hasta conformar una cadena de falsas identidades que llevan a un callejón que nos atrapa. Nada es lo que parece y somos nosotros los que vamos elaborando un paisaje inverosímil y una serie de seres que no tienen un fondo ni un sustento. He pensando que ese tipo bien puede ser alguien contratado y caracterizado para que se parezca a mí y que se me atraviese por aquí y por allá. Para que comience a pensar, como ya lo he estado haciendo, que me sigue, que me vigila, que anota lo que hago, los lugares a donde voy con quien llego a encontrarme. Cuando lo pienso objetivamente, desecho la idea, pero ante lo que veo, me genera ideas tal vez absurdas.

19 de julio de 2009

Escribiente

Estaba tomando café y tratando de escribir... cuando entró. Se sentó en un lugar apartado y pidió algo al mesero. Tenía una maleta y un periódico que comenzó a hojear, la maleta en le piso. El mesero regresó con, al parecer, un capuccino. Entre sorbo y sorbo y el pasar de hojas miraba hacia la puerta. El misterio se develó cuando apareció una mujer que recorrió el lugar estirando un poco el cuello. Localizó al de la maleta y fue directamente a la mesa. Se levantó y saludó con un beso en la mejilla. Comenzaron a hablar, a veces parecían discutir. Él explicaba algo, ella negaba, luego asentía; luego ella hablaba y él negaba o asentía. Afuera, los transeúntes se movieron un poco más de prisa, comenzó a llover. ¿Qué puede hacer? ¿Tratará de convencerla? ¿Se irá con él? Pero ella no trae equipaje. Finalmente, la mujer se levanta y se despide; la ve alejarse. Permanece de pie hasta que ella, bajo el paraguas, se pierde de vista. Se deja caer en la silla. Por un momento me concentro en ver caer la lluvia entre las luces. Él hace lo mismo, le parece que las gotas escurriendo son besos que se deshacen en el cristal sin alcanzarla, se ha ido. El alumbrado público se multiplica en el pavimento, las luces de neón iluminan de colores la noche. He bebido más café. Desde su rincón observa y piensa. Se entristece. Veo el movimiento de la calle. La gente va y viene ensimismada. Los imagino en la sala bebiendo vino, en las cocinas cenando, en los dormitorios leyendo o viendo televisión, solos. Escribo un poco más. El de la maleta, que parece un pasajero en el andén, bebe otro capuccino y come un bollo; lo hace lentamente. Es viernes, a esta hora, el lugar empieza poco a poco a llenarse. Louis, apodo por el que muchos lo conocemos, llega salpicado de lluvia, aun bajo el paraguas. Ha de haber caminado por Matías desde Republicana. Tocará y no nos iremos pronto. Cada tecla que presiona es un nombre, un rostro, una tarde que se han ido ya en el tren sin estaciones del tiempo. Caras tristonas lo escucharemos, conversaciones a media voz. Termino el café y pido un vaso de vino. Decido dejar al pasajero en suspenso, cierro el cuadernillo y me pongo a melancolizar a las primeras notas que Louis comienza ya a hilvanar con suavidad.

17 de julio de 2009

Notas a dos manos

Varios días después de haberlo visto, lo volví a encontrar, esta vez estaba sentado en una banca del parque frente a la librería. Escribía ensimismado, yo lo observaba y hacía mis propios apuntes. El fumaba, yo fumaba, escribía yo, escribía él. Dos viejos enjutos, con barba y cuaderno, escribiendo y fumando. Era como estar frente a un espejo. Yo no sabía si era real o no. En un momento no atinaba a decir si él era yo o yo él. La confusión se fue volviendo tan fuerte que decidí hablarle. Cuando me levanté, se levantó; distinguí que me miró directamente a los ojos a pesar de la distancia, luego echó a caminar, hice lo mismo, caminamos en paralelo: el por la banqueta del parque, yo por la de enfrente. Seguimos así hasta que, entre la gente, nos perdimos de vista.

16 de julio de 2009

Alguien toca la puerta

Afuera un viento iridiscente se deslizaba como fantasma a lo largo de la calle haciendo temblar la noche callada. Parecía ir y venir pues sus uñas, largas como el desconsuelo, levantaban un lamento en la piel de pavimento. En mi habitación, hundido en el colchón y cubierto hasta el cuello, lo escuchaba gemir. Un trueno estremeció mi alma de viejo solitario; se estremecieron los recuerdos y se aflojaron mis huesos. La débil luz, que dejo encendida todas las noches, parpadeó. No me abandones, le dije en silencio, parpadeó dos veces más y se avivó. Recordé a mi madre, a mi padre, lo que casi nunca hago; comenzó así una larga galería de rostros. Había caras que no sabía que eran parte de mi inventario, no sabía que existían en la lista de asuntos a ser olvidados. El arañar del viento dejó de tener importancia, quedó opacado por la fiebre de personajes que me atosigaban. Tanta gente. Uno no se da cuenta que las cosas se van acumulando en los rincones oscuros y, en algún momento, cuando menos se espera, vienen a tocarnos la puerta.

15 de julio de 2009

Ladronas, muertes, libros

Dejé la novela a un lado, pues en ese momento no me apetecía continuar. Esas primeras hojas donde la muerte carga en sus brazos un alma pequeña, o como se la arrebata a un piloto, hicieron que en mis calabozos se avivaran las llamas del infierno; que se levantaran los espíritus oscuros que dormitan en los rincones. Sentí cómo empezaba a vibrar el pecho por la agitación del mundo de las sombras.
Salí de la cama y me asomé por la ventana. La calle, desierta a las tres de la mañana, no me dijo nada, sólo brilló bajo la brisa de invierno. El rumor de un fantasma conocido me tocó los hombros, no me importó, la soledad deja de importarme a veces... entonces, se marcha agitando el aire a su alrededor. El frío se pegaba al cristal de la ventana que abrí para asomarme al mundo deshabitado en ese momento, la cerré y me fui a la cama de nuevo. Apagué la luz para no dormir.

12 de julio de 2009

Perfil deshilvanado

Soy uno que se parece a otro y un otro se parece a mí. Soy como esas siluetas que se perfilan sobre las paredes en las noches recortadas por la luz de las farolas.

8 de julio de 2009

Reflejo que no soy yo

Como es usual, las calles atestadas. Me bajé del tren de pasos de la acera y me metí a la tabaquería y compré puros. Aunque en la mayoría de los lugares está pohibido, los fumo en el parque. No hace mucho frío hoy y pienso pasar un buen día. Al cruzar la calle un tipo nos adelantó a todos. Quedé asombrado pues era muy parecido a mí. No era sólo la cara de judío viejo: la nariz grande, la barba canosa, los ojos oscuros, sino la estatura, los hombros y la manera de andar.
Decidí seguirlo... ¡fue el colmo! del bosillo de su abrigo sobresalía el extremo de un cuadernillo... ¡Igual que yo! Caminamos tres cuadras, entramos a La Fuente. Ahí ocupamos nuestra mesa, pedimos café, pedimos pan, encendimos cigarrillos (aquí todavía lo permiten) y comenzamos a revisar nuestras notas.

7 de julio de 2009

Llama de cristal

El edificio con más cristal se enciende por las tardes, cuando hay sol, claro. Es una hermosa llamarada naranja que parece ondular por el viento vespertino. Desde la plaza de San Gabriel puede contemplarse el espectáculo. Ya se ha formado un grupo de viejos que se reune a observar. Al iniciarse la flama, guardan silencio, igual que yo; si no hay sol, hablan un rato y luego se marchan. Yo permanezco para ver las sombras que se entrecuzan, ya de noche me voy perdiendo entre farolas, bancas y árboles, mientras los cuervos ya se han dormido.

6 de julio de 2009

Nada ante el espejo

Me he dado cuenta que hace mucho tiempo que no me miro en el espejo. Me veo sí, pero no para observarme, para reconocerme. Es ver una figura, encontrar una mancha, alguien que se parece a mí, lo que queda de mí… o bien, pudiera ser otro. Estoy acostumbrándome a ver un rostro de quien me digo que soy. Veo mi máscara, no proyecto nada, no me identifico, ese reflejo me es ajeno.