28 de marzo de 2009

Del hombre fragmentado

Es un dolor callejero el que me zurce los labios, me unce al silencio y al olvido. La vida pasa dejando trozos de mí tras de mí. La soledad me convida de su vino y bebo hasta borrar la sed de los espejos. Donde yo me encuentro se mancha de carbón la Nada, se nubla de desconsuelo el espacio de sombras. ¿Cómo desvanecer el tatuaje de mis días? La ironía ha vuelto sus cartas nauseabundas. La tristeza no se va de viaje y mi maleta sigue tras la puerta

24 de marzo de 2009

Desde la acera de enfrente

Este fin de semana ha derrumbado un poco más de las últimas edificaciones de mi soporte interior. El negro domingo me impuso la desesperanza y la soledad; se alargó tanto que desfasó el polvoriento reloj. Incapaz de aventurarme a las calles porque mis bolsillos no conocen ni una moneda, me asomé por la ventana, mi única distracción, y la descubrí ahí, en la acera de enfrente. Volteaba hacia todos lados, pero su mirada era de un vacío infinito. Al pasar, algunos transeúntes la veían de arriba a abajo. A ella no parecía importarle. Yo la observaba; me recordó a alguien que conocí hace mucho tiempo. No sé si era también un poco como la imagen de mi madre... tenía ese gesto ambiguo entre la tristeza y el desgano, como una sonrisa vieja y una mueca de fastidio. El pelo le ondeaba con la brisa, la falda se mecía. Su rostro se petrificó de repente y su cuerpo se irguió, luego se dejó caer al paso del autobús.

20 de marzo de 2009

Un saludo afectuoso y agradecido a todas y todos los que me vistan.
De verdad, agradecido.

18 de marzo de 2009

El desamparado se puso de pie, era un fragmento de hombre tratando de conseguir alimento. La tarde mutaba, se estaba convirtiendo en una banda negra. Las calles se defendieron abriendo sus ojos amarillos y las fachadas iluminaron con colores rojos, verdes, azules, naranjas, violetas…
No hubo quién soltara una moneda en la mano sucia de aquella figura que se volvía transparente en la noche. De pronto, el hambriento se fijó que una persona titubeaba. Lo vio incapaz de decidir qué dirección tomar. Estaba bien vestido, pero perdido. Se le acercó y le pidió una moneda y, sorprendido, recibió un billete. Agradeció y una palabra llevó a otra y a otra y a otra. Aquél no era más que un tipo sin nadie, casi sin nombre, con un pasado que trataba de dejar muy atrás. Era como un pasajero sin destino, con una maleta vacía de pie en un andén donde no saldrá ningún tren.
El fragmento, feliz de la conversación y listo a enfrentar una cena milagrosa, se iba a alejar, dio unos pasos, se detuvo y le dijo a su compañero de conversación que cenaran juntos, la respuesta fue que éste comenzó a caminar. Iban a cenar juntos. El destino había salido a jugar.

17 de marzo de 2009

Otra vez, allí estaba nuestro hombre vigilando al pordiosero que, según él, no era tal, sino un agente secreto. Tenía que observar a ese pordiosero pero, a la vez, no debía quitar los ojos de la ventan del segundo piso del edificio de enfrente y el cual era su objetivo desde hacía varios días. Así que el Señor X no podía distraerse ni quedarse dormido, para no perder pisada de lo que estaba ocurriendo. Desde su punto de vista, el pordiosero y el hombre de la ventana del segundo piso estaban confabulados para efectuar ciertas actividades. El primero, pasaba el día caminando unos metros para allá y unos metros para acá, vestido con ropas harapientas, pero con una piel limpia, de alguien bien alimentado. El segundo, casi no abandonaba el cuarto y de vez en cuando asomaba por la ventana y, al parecer, hacía un ademán muy discreto, pero que el Señor X y al desarrapado no pasaban por alto. No sabemos si esto es verdad, lo único que podíamos ver y registrar en nuestros cuadernillos. Claro, presentaríamos un reporte, de visualización nada más, no podíamos acercarnos.
El Señor X no cejaba en su intento de no perder detalle de lo que sucedía, bueno, de lo que posiblemente podía suceder. De esa manera, nosotros estábamos cansados y somnolientos; teníamos hambre y sed. No nos era posible ir a comprar algo de comer y de beber, ya que no teníamos el suficiente dinero y la compañía no cubría estos gastos. Seguíamos en nuestro puesto, el Señor X en el suyo, el pordiosero en lo que le corresponde y el hombre de la ventana del segundo piso en su puesto también. Sabíamos que tanto el pordiosero como el hombre del edificio de enfrente, nos vigilaban a su vez.

8 de marzo de 2009

Otra vez la ciudad se oscurece, la llovizna nos impone silencio. Tanto vacilar en las esquinas para que al final, al doblarlas, encontremos la Nada. No hay un rostro conocido, no hay una voz que reconocer, sólo una cascada imprecisa de fantasmas trasparentes.
El alma se va volviendo carbón, una carga que nos tizna la cara. Y en las tinieblas del reloj, únicamente se escucha el gotear de la soledad.
Otra vez la ciudad se oscurece, la llovizna se ha ido, pero ha dejado el suelo mojado donde las luces indolentes se multiplican como las ausencias que nos circundan.
Por ahora, a seguir el itinerario sin paradas, sin recesos, sin descansos.