16 de julio de 2010

La soledad del mago

El mago se ha puesto triste, ayer llovió y hoy también. No ha ido a la calle a contarle historias a los transeúntes con sus manos y ágiles dedos que ondean como golondrinas en el cielo de verano. En su sillón lee historias de escapistas, de ilusionistas. Cree escuchar una música suave, luego advierte que es la lluvia en los techos, en los cristales, en las paredes, en la calle... es la lluvia. Luego le parece que alguien llama a la puerta, pero nota que es el viento que araña, transparente, las maderas. Oye que han dicho su nombre, pero se da cuenta que es el rumor de un trueno lejano. Intenta un truco, pero no tiene la pañoleta, ni la moneda, ni la pelota de goma, ni la flor, ni el ánimo. Se quedará sentado con los ojos en la página del libro, tal vez sin leer, tal vez dejándose estar hasta que la oscuridad doméstica lo comience a abrazar.

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