3 de julio de 2010

Después del reloj

Hay días en los que después del reloj no hay nada. Son de esos días oscurecidos por la ausencia de sol, encortinados por una llovizna pertinaz. Las manecillas parecen saludar con movimiento de pesadilla desde una carátula amarillenta. Dan una vuelta completa, dan otra y otra más. Pero después de eso, lo mismo. Y la ensoñación de un toquido en la puerta o el timbre del teléfono se desvanece en el aire abandonado a su suerte en la habitación. La flor marchita, sin atención de nadie, en el florero empolvado se inclina en una mueca de muerte.
Qué no lleguen los fantasmas del olvido, qué no lleguen.

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