6 de junio de 2010

De los manuscritos encontrados en un cajón

La tarde bajaba por el horizonte, tan lentamente que pensé que se quedaría para siempre ahí. El verano había acarreado el olor a pasto recién cortado, a humedad de los jardínes y destellos cristalinos en las hojas verdes de los árboles de las aceras. Yo simplemente me dejé estar; era como tener ocho años otra vez, esperando que mi madre pusiera los cubos de hielo en la jarra con agua de sandía. Había un olor especial en la casa y un tras tras de platos en la cocina. Entre la acera y la calle, una fila de hormigas transcurría sin cesar. Mi palo de paleta se volvió la atención de la roja hilera. Hoy, esas son las formas, los olores y colores que guardo como fotografías en un rincón de lo que soy. Esta tarde es como aquéllas... tal vez todas estas tardes lo son, pero no había reparado en ello.

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