22 de diciembre de 2008

El faro

Cuando el sol terminó de cubrirse con el horizonte, la noche se abrió como una extraordinaria flor negra. Las estrellas delinearon parpadeantes figuras azules. Mayo olía deliciosamente, la fragancia en el aire era especial.
Una libélula verde, fluorescente, atravesó la profunda vastedad del espacio oscuro. Lució tan distante, ajena, tan pequeña recortada en el fondo de terciopelo nocturno.
Desde el faro de luminosidad azul donde pausaban los viajes a través de la curva espacial, podían distinguir la media esfera de la Tierra. Reflejaba la luz solar como otro faro que no sólo guiaba los transportes, sino que los atraía.
Entre ellos se contaba que quienes se dejaban cautivar por la belleza de ese planeta y enfilaban hacia él, no regresaban. No sabían que en la Tierra existía una leyenda parecida. Narraban que quienes, navegando en las vastas aguas de los océanos, escuchaban el canto de las sirenas y eran atraídos hacia ellas, nadie los volvía a ver.

No hay comentarios.: