Era la una de la madrugada. Las calles estaban solas y caminé junto con un amigo en dirección a nuestras casas, pues vivíamos cerca uno del otro. Habíamos salido de la presentación del libro
Las aceras húmedas de Josep Ituarte. Decidimos desviarnos hacia la catedral de San Mateo. Ahí contemplamos las estatuas de piedra, centenarias. Nos maravillamos con el juego de luz y sombra que proyectaba la caprichoza iluminación del frontispicio. Un viento fresco salido de la nada raspaba la pequeña calzada. Estuvimos de pie en silencio, luego, mi amigo comenzó a cantar
Los tiempos están cambiando de Bob Dylan y yo lo seguí. Cantamos repetidas veces las dos estrofas que nos sabíamos. El viento arreció, la luna se cubrió con una manta de nubes de agua y un rumor de animal agonizante se levantó entre los tejados y comenzó la lluvia. Fue entonces que nos marchamos.
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