6 de septiembre de 2010

Una sombra más

Mientras caminaba por San Mateo, perdido entre la multitud, el cielo bajó hasta quedar casi frente a frente, cara a cara. Era una mancha nublada que parecía que descargaría su conciencia condensada en su corazón de vientos helados. Su aliento desparpajó recuerdos muy viejos; de tormentas antiguas, de callejas empedradas, de olores a café y cigarro; recuerdos de canciones entonadas hace mucho y perdidas ya en el cajon de las cosas de siglos. Cada uno se fue acurrucando en sus ropas, en sus pensamientos. Yo hice lo mismo, me metí en mis cosas, incliné un poco la cabeza y continué andando. Crucé la plaza cuando empezaba a oscurecer. Me fui volviendo una sombra, como los demás, y me desvanecí como un humo transparente por el caminillo de cemento. Nadie reparó en mí.

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