Llevo un tatuaje urbano, intrincado y profundo. Las luces y los
anuncios, las plazas y los edificios se han bordado en mi piel y en mi alma. Sé
de memoria callejas perdidas, espacios ocultos y algunos laberintos. Puedo
andar a ciegas y reconocer por los olores en dónde estoy. Aquí es siempre invierno
y llovizna, enfermos de soledad, asuntos privados. Al salir, el abrigo lo
oculta todo; salir a las calles, a los parques, a los cafés. Salir para vernos,
reconocernos, no importa que seamos no más que manchas de sombras perdidas
entre sombras. Nos basta cruzarnos unos con otros y esquivarnos como bandada de
cuervos. A veces nos entrampamos hablando y dejando pasar el tiempo. Personajes
de la ciudad, de papel, sin remedio ni reparo.