10 de julio de 2006

Vieja barcaza

El temporal fue llevando el bote suavemente hacia el centro del lago; lo dejé hacer sin oponer resistencia, con ambos remos en mis piernas. Se mecía como una hoja seca podría hacerlo en el enorme universo del canal. Me arrellané dentro de mi enorme impermeable y calé más el sombrero. Empezaba a oscurecer y estaba solo, sentí miedo por un momento, pero abrazaba la certeza de que podría remar y alcanzar la orilla sin más dificultad. El hallarme en la calzada del peligro, al borde de lo desconocido me movía a permanecer. Desde las húmedas cavernas de mi alma silenciosa y desconocida, emergieron fantasmas antiguos; blancas sombras de cristalería que se fundían con los goterones del aguacero intemporal y despiadado. Esa tarde, sin saber a dónde escapó el sol, me fui empequeñeciendo, fui transitando de la naturaleza que me rodeaba hasta mí mismo. ¡Cuánto pueden envolverme este cielo hostil, esta agua negra como boca de pozo, estos ofensivos ramajes. Me es desconocido tal mundo, es un sueño pertinaz de ahogo y desesperación, pero por qué la calma ¿sería la contundencia de la muerte? ¿el abandono bajo el siseo de la guadaña? No lo sé, pero mi cama todavía tiene húmedos los faldones de las sábanas.