28 de agosto de 2012

Noche en la catedral

Era la una de la madrugada. Las calles estaban solas y caminé junto con un amigo en dirección a nuestras casas, pues vivíamos cerca uno del otro. Habíamos salido de la presentación del libro Las aceras húmedas de Josep Ituarte. Decidimos desviarnos hacia la catedral de San Mateo. Ahí contemplamos las estatuas de piedra, centenarias. Nos maravillamos con el juego de luz y sombra que proyectaba la caprichoza iluminación del frontispicio. Un viento fresco salido de la nada raspaba la pequeña calzada. Estuvimos de pie en silencio, luego, mi amigo comenzó a cantar Los tiempos están cambiando de Bob Dylan y yo lo seguí. Cantamos repetidas veces las dos estrofas que nos sabíamos. El viento arreció, la luna se cubrió con una manta de nubes de agua y un rumor de animal agonizante se levantó entre los tejados y comenzó la lluvia. Fue entonces que nos marchamos.

14 de agosto de 2012

Lluveve tras los cristales

"Llueve, tras los cristales llueve y llueve, sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados..." Es el inicio de una canción de Joan Manuel Serrat. Me la recuerda esta lluvia pertinaz que ha humedecido recuerdos y mojado fantasmas, silenciado la casa y albergado sombras. El alma se retrae y los pensamientos dan vuelta en la esquina del regreso al pasado. Vienen nombres antiguos, rostros antiguos; vuelven voces olvidadas y rumores de pasos. La calle, desierta, brilla; los relámpagos destellan en instantes azules demarcando trozos de la vieja ciudad. El rumor urbano se ha ido a dormir.

8 de agosto de 2012

Lobo estepario

Yo, en esencia, soy un ser aislado y silencioso. En el ánimo de reconocer mi natural ser, me comencé a definir como un lobo estepario. Ello no tiene nada que ver con Harry Haller de Hesse. Me comencé a definir de ese modo solamente en el sentido de que me gusta estar solo y callado.
Nota 1: creo, este es un pensamiento personal, que casi todos somos lobos esteparios. Tenemos una parte del equilibrio confortable y, coexistiendo, el deseo de una vida extrema. Especialmente, que muchas veces deseamos la soledad y el silencio.
Nota 2: considero que de alguna forma debemos cultivar, criar, ese lobo estepario, que es el portal para estar con nosotros mismos; de hablarnos a solas, de repensarnos y reconstruirnos, mirarnos de verdad ante el espejo o con los ojos cerrados, pero mirarnos.
Mientras escribo, escucho el viento de la noche de agosto sisear entre las ramas negras de los árboles a oscuras, heridos en su costado por las lágimas de las farolas.

7 de agosto de 2012

Llueve en la ciudad solitaria

No es la lluvia la que ahuyentó a las personas de las calles y plazas; no es la lluvia la que ha hecho que la noche haya quedado desierta. En mi cuaderno escribí que es el alma que, sin avisarnos, promueve una brisa de nostalgia, de melancolía, de soledad silenciosa adjunta a nuestra presencia. Es el alma la que nos guarda en casa en actitud taciturna. No es para avergonzarse, es simplemente dejarse llevar a los sótanos de nosotros mismos. En nuestra calma interior, un poco triste a veces, un poco en sombras, es el tiempo de llovizna para reconsiderar y recomponer los pensamientos, los sentimientos, y dejar que alguna herida se atempere y comiense a sanar. Es el tiempo en el que el alma cierra puertas y clausura días marchitos y fragmentos del pasado que preferimos mantener en el baúl, también cerrado. Son horas de repensar y reescribir cosas que levantan torbellinos de polvo oscuro. Las calles solitarias me dicen que la gente se ha recogido en sus casas para estar consigo misma. Dejemos que la noche y el viento recorran las aceras y que la lluvia toquetee las ventanas. Adentro, tras las cortinas corridas, leemos o dormimos soñando en aquello de lo que hace mucho tiempo nos despedimos.