23 de octubre de 2009

Un poco una elección

Estaba solo desde hacía mucho tiempo. Lo seguía estando, pero ahora se trataba prácticamente de una elección. Le gustaba ser timonero de su propio velero. Había dejado de luchar por un escritorio grande y una silla alta. Había abandonado al director, dictador y tonto, dejándolo en su propia prisión de madera fina. Ya podía despertar, y aunque de recursos menguados, tomaba su café tranquilamente. Al salir a la calle percibía cómo la ciudad le parecía más lenta, más amable.
Con movimientos lentos saco mi cuadernillo y escribo historias que se quedan, a veces, inconclusas; escribo la sensación agradable de que el día y yo compartimos un secreto, que no escribiré aquí. Anoto que el reloj se ha vuelto mi amigo y que la luz de la tarde entre los árboles es tan dorada...
Escribo en mi cuaderno con movimientos lentos...

17 de octubre de 2009

En un portal

“Algún día, Dios se acordará de mí” Dio una fumada muy larga, perdido unos largos instantes. Luego se volteó y me miró directamente. Parecía que estaba a punto de decirme algo… de pedirme algo, pero guardó silencio. Fue como si se le hubiera acumulado el infinito en la garganta y en los ojos. Su cara callejera y vieja era el rostro mismo de la tristeza. Cuando me alejé del portal que le servía de refugio la noche ya cubría las calles; llevaba en mi mano la sensación áspera de la suya y un no sé qué depositado en mí.

8 de octubre de 2009

Detrás de la barda

Detrás de la barda es un libro de cuentos cortos plagado de personajes de escuela secundaria, que cayó en mis manos directamente de su autor. Lo leí más rápido de lo que pensé y lo lamento, pues en cada historia encontré, ya no digo un lenguaje poético, sino un aspecto más importante: la evocación, el desempolvar sensaciones guardadas desde hace mucho tiempo en el sótano. Desde esta ciudad hermosa, que me ha acogido con sus calles de lloviznas y plazas de postal, se desbandaron algunas emociones adormecidas y volaron muy lejos. Releeré Detrás de la barda sentado en mi plaza favorita en el viento otoñal lleno hojarasca y de imágenes de ayer.

4 de octubre de 2009

Salvarnos de nosotros mismos

James Scott dice en su novela The man on the bridge (homónima de la de Juan Pedro Santeliz) que es necesario buscar cómo salvarnos de nosotros mismos. Eso me pareció muy triste, pero luego me di cuenta que aunque aquí las personas son taciturnas, no hacen ademanes ni gestos y hablan en voz baja, se toman a uno en serio cuando se inicia una conversación, aunque sea ocasional. Así que cuando me cruzo en la calle con esos aleteos de cuervo, presurosos bajo las llovizna, sé que sólo es parte del ritual citadino.

3 de octubre de 2009

El hombre en la plaza

Había estado lloviendo, era una lluvia demasiado fina y helada, apenas se sentía, pero parecía como un millón de pequeñas agujas cayendo sobre la piel. Tal vez influenciado por mis lecturas, me animé a salir. Como mis casi nuevas costumbres, llevaba el bastón, mi ipod Touch y los audífonos; puse en el bolsillo la copia de El hombre en el puente y me aventuré a las calles.
Apenas comenzaba octubre y ya el frío bajaba lento y callado. Eran las siete de la noche y la gente caminaba tranquila bajo los paraguas. Fui hasta la plaza de Las cuadrigas donde hay un kiosco de revistas y tabaco. Compré mi puro favoritos y lo encendí enseguida. Me refugié en el área de descanso. Dejé a un lado el inseparable paraguas y me dediqué a fumar.
Había otras personas y parejas alrededor. Un viejo que fumaba con parsimonia de escritor de novelas policíacas me preguntó la hora, luego lanzó al aire, envuelto en el humo, “Parece que tendremos un buen invierno”. Siempre teníamos un “buen invierno”, lo que significaba mucho frío, así que eso era un pretexto para conversar. “Sí” le respondí girando un poco hacia él. “Qué libro es ese?” señaló con un gesto directo a donde asomaba un extremo de mi lectura de bolsillo. “El hombre en el puente” dije con curiosidad de saber si conocía la novela. “Precisamente la estoy leyendo. Me gusta mucho. Recoge la soledad del ser humano y reflexiona sobre ella. Me viene muy bien; es como si me retratara a mí, exactamente”. No sé si fue él quien dijo eso o fui yo… el viejo era como mi repetición y, al mismo tiempo, los dos éramos la representación de El hombre en el puente pero en esa plaza.