22 de diciembre de 2008

El faro

Cuando el sol terminó de cubrirse con el horizonte, la noche se abrió como una extraordinaria flor negra. Las estrellas delinearon parpadeantes figuras azules. Mayo olía deliciosamente, la fragancia en el aire era especial.
Una libélula verde, fluorescente, atravesó la profunda vastedad del espacio oscuro. Lució tan distante, ajena, tan pequeña recortada en el fondo de terciopelo nocturno.
Desde el faro de luminosidad azul donde pausaban los viajes a través de la curva espacial, podían distinguir la media esfera de la Tierra. Reflejaba la luz solar como otro faro que no sólo guiaba los transportes, sino que los atraía.
Entre ellos se contaba que quienes se dejaban cautivar por la belleza de ese planeta y enfilaban hacia él, no regresaban. No sabían que en la Tierra existía una leyenda parecida. Narraban que quienes, navegando en las vastas aguas de los océanos, escuchaban el canto de las sirenas y eran atraídos hacia ellas, nadie los volvía a ver.

21 de diciembre de 2008

Primavera

Desde la altura en la que se encontraba su esfera plateada, registraban la temperatura, la velocidad del viento, el color del pasto resplandeciente, el aroma de las flores, la forma de los árboles de follaje trémulo, los insectos que revoloteaban en el aire transparente… Repasaban y repasaban los registros retrasando así el término de la asignación y la partida.
Mucho tiempo después, lejos, muy lejos ya del planeta maravilloso, a miles de estrellas de distancia, todavía cerraban sus pensamientos, apartándose un poco de los otros, para recrear lo que habían visto.

17 de diciembre de 2008

Intervalo

Antes de que las ramas invernales de los árboles en las aceras asomarán un destello verde, antes de que los pastos amarillos mudaran de color, antes de que las ventanas se abrieran de par en par a la nueva brisa, antes de que los pájaros volvieran a ocupar su alambre, antes de que los niños dejaran los zapatones y los gorros, antes de que estallarán mil formas y colores, antes de que los días comenzaran a reventar en botones perfumados, una pukaa con su pequeña forma delta, como luciérnag, cruzaba ya el vasto cielo viniendo desde muy lejos. Sus ocupantes ya sentían el gozo de la nueva estación que se avecinaba. Ellos la registrarían y la gozarían, tanto como los terrestres.

6 de diciembre de 2008

Invierno

La nieve descendiendo, etérea. El resplandor lunar, al posarse sobre los copos ingrávidos, se resolvía en blancos destellos. El paisaje envolvía casas aletargadas. Las ventanas lucían iluminadas detrás de los cristales empañados. Los árboles brillaban como plagados de luciérnagas. Algún entrechocar de platos, el olor a cena emergía al aire frío, voces de niños sentados a la mesa.
Observaron detenidamente advirtiendo la novedad de la escena y sucedió que todo ese tiempo cada uno cerró sus pensamientos al resto de la tripulación, ensimismados.

3 de diciembre de 2008

Otoño

La pukaa, pequeña nave de reconocimiento, se posó suavemente sobre el asfalto. La somnolienta madrugada en retirada mantenía desierta la larga calle. Hileras de árboles de café y amarillo bordeaban las aceras. En una cocina se encendió la luz. Una brisa suave se levantó desde algún lugar y vino a mecer las ramas que desprendieron una llovizna dorada. El viento se marchó, revoloteando. La pukaa se elevó furtiva. Arriba, la luna se iba también y la tenue claridad asomaba en el apacible cielo de octubre.

Una hoja se desprendió, descendió lenta en un acompasado vaivén.